Herencia Cristiana – Sobre los judíos y sus mentiras

Por Martín Lutero – 1543 – Traducido por Elías Bernard
Editado, corregido y actualizado por Pedro Jaramillo (Jueves, Agosto 24, 2017)

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Herencia Cristiana (Martín Lutero)

Martín Lutero – 1483-1546
Martín Lutero – 1483-1546

Ya me he convencido de no escribir más sobre los judíos, o en contra de ellos. Pero desde que me enteré que estos “miserables y malditos” no cesan de ser un engaño para ellos mismos y para nosotros los cristianos, yo he publicado este pequeño libro para que pueda ser encontrado entre aquellos que se oponen a las actividades ponzoñosas de los judíos, y como una advertencia a todos los cristianos, para que “no bajen la guardia”  frente a ellos.

Yo no creo que un cristiano pueda ser engañado por los judíos a tomar su exilio y miseria para sí mismo. Pero el diablo es el dios del mundo, y donde sea que la palabra de Dios este ausente, él tiene una tarea fácil, no solamente contra los débiles, sino también contra los fuertes.

Que Dios nos ayude.

Amén

Martin Lutero

 

 

CAPITULO I

Gracia y paz en el Señor mi querido señor y buen amigo. Yo he recibido un tratado donde un judío se traba en dialogo con un cristiano. El osa pervertir los pasajes de las escrituras que son el testimonio de nuestra fe, en lo que concierne a nuestro Señor Jesucristo y María su madre, y los interpreta de una forma muy diferente. Con este argumento él piensa que puede destruir la base de nuestra fe.

Este es mi respuesta a ti y a él. No es mi propósito pelearme con los judíos, o de aprender de ellos como ellos interpretan o entienden las Escrituras; yo ya sé todo eso muy bien. Mucho menos me propongo a convertir a los judíos, porque eso es imposible. Esos dos hombres excelentes, Lyra y Burgensis, junto a otros, verdaderamente describieron la vil interpretación de los judíos para nosotros hace 200 y 100 años respectivamente. Verdaderamente, ellos los refutaron completamente. Pero eso no fue de ninguna ayuda para los judíos y se han hecho cada vez peor.

No han aprendido ninguna lección de las terribles desdichas que han sido suyas por más de 1400 años en el exilio. Ni pueden ellos obtener un final o término para ello, como ellos suponen, mediante desgarradores gritos y lamentos a Dios. Si estos golpes no ayudan, es razonable asumir que nuestra conversación y explicación, ayude menos todavía.

Por consiguiente, un cristiano tiene que estar contento, y no discutir con los judíos. Pero si Ud. tiene o quiere hablar con ellos, no digan más que esto: “Escucha, judío, ¿te has dado cuenta que Jerusalén y tu soberanía, junto a tus templos y sacerdotes, han estado destruidos por más de 1460 años?  Porque este año, el cual nosotros los cristianos escribimos como 1542, desde el nacimiento de Cristo, es exactamente 1460 años, yendo cerca hacia 1500 años desde que Vespasian y Tito destruyera Jerusalén, y expulsaran a los judíos de la cuidad”.  Dejen que los judíos muerdan esta nuez y discutan la pregunta por el tiempo que quieran.

Porque tal insensible furia de Dios es suficiente evidencia de que ellos seguramente se han equivocado, y han errado el camino. Hasta un niño puede comprender esto. Porque uno no puede considerar a Dios tan cruel como para castigar a su propia gente, por tanto tiempo, tan terriblemente y sin misericordia, y en suma, mantenerse en silencio sin ayudarlos de palabra ni con hechos, y sin ponerles un límite o fin a ello.

¿Quien pudiera tener fe, esperanza o amor hacia tal Dios? Por consiguiente, este trabajo de furia es prueba de que los judíos, seguramente “rechazados por Dios”, ya no son su gente, y ni el ya su Dios. Esto concuerda con Oseas 1:9, “Y dijo Dios: Ponle por nombre Lo-ammi: porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios“. Si, -desafortunadamente-, ésta es su suerte, verdaderamente es una terrible. Ellos pueden interpretar esto como les plazca; vemos los hechos ante nuestros ojos, y estos no nos engañan.

Si hubiera aunque sea una chispita de razonamiento o entendimiento en ello, ellos seguramente dirían a sí mismos: “O Señor, algo malo pasa con nosotros. !Nuestra miseria es muy grande, muy larga, muy severa; Dios nos ha olvidado! Etc”.

Para que estén seguros, yo no soy judío, pero realmente no me gusta ver la terrible ira de Dios hacia su gente. Tirito de miedo en cuerpo y alma, porque me pregunto, ¿Cómo será la eterna ira de Dios en el infierno hacia los falsos cristianos y todos los incrédulos?

Bueno, dejen a los judíos reconocer a nuestro Señor Jesucristo como les plazca. Nosotros vemos la realización de sus palabras en Lucas 21:20: “Y cuando viereis á Jerusalén cercada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado….Porque estos son días de venganza. Porque habrá apuro grande sobre la tierra é ira en este pueblo.

En suma, como ya ha sido dicho antes, no se comprometan en un debate con los judíos sobre los artículos de nuestra fe. Desde su juventud, ellos han sido nutridos con veneno y rencor contra nuestro Señor, y no hay esperanza para ellos hasta que no lleguen al punto donde su miseria finalmente los haga manuables, y los haga confesar que el Mesías ha llegado, y que él es nuestro Jesús. Hasta aquel momento aún falta tiempo, y es todavía muy temprano, si, es inútil el discutir con ellos como Dios es triunfo, como se hizo hombre, y como María es la madre de Dios. Ningún raciocinio humano ni ningún corazón humano podrá otorgarles este conocimiento; mucho menos, el amargado, venenoso y ciego corazón de los judíos.

Como ya ha sido dicho, lo que Dios no puede reformar con tan crueles golpes, nosotros no podremos cambiar con palabras ni hechos. Moisés no pudo reformar al Faraón mediante las plagas, milagros, pedidos, y amenazas;  él no tuvo otro remedio que dejar que Faraón se ahogara en el mar.

Ahora, para fortalecer nuestra fe, queremos hablar de algunos de los grosos auto-engaños de los judíos y su fe, y sus exegesis de las Escrituras, dado que tan maliciosamente denigran nuestra fe. Si esto conmoviera a cualquier judío a reformarse y arrepentirse, mejor aún. Pero nosotros ahora no estamos hablando con los judíos, sino sobre los judíos y sus conducta, así nuestros hermanos alemanes, (Lutero fue un profesor alemán),  también pueden estar informados.

Hay una cosa sobre las que ellos fanfarronean y se enorgullecen más de la cuenta, y eso es su descendencia de los primeros seres del planeta, de Abraham, Sara, Isaac, Rebeca, Jacob, y de los doce patriarcas, y así, de la gente santa de Israel.  San Pablo mismo lo admite cuando dice en Romanos 9:5; *Quórum patres* esto es, “Cuyos son los padres, y de los cuales es Cristo según la carne, ” etc. Y Cristo mismo lo declara en Juan 4:22, “porque la salvación proviene de los judíos”. Es entonces por esto que se vanaglorian de ser los más nobles sobre la tierra.

En comparación con ellos, y en sus ojos, nosotros los gentiles (goyim) no somos humanos; en realidad, difícilmente merecemos ser considerados pobres gusanos por ellos. Porque no somos de esa alta y noble sangre, linaje, nacimiento y descendencia. Este es su argumento, y realmente yo creo que esto sea la más grande y fuerte razón de su orgullo y alarde.

Entonces Dios, tiene que aguantar que en sus sinagogas, sus rezos, cantos, doctrinas, y todas sus vidas, que vengan y se paren ante él y lo apesten lastimosamente (si puedo hablar de Dios de tal forma humana). Así, El tiene que escuchar sus alardes y sus alabanzas hacia El, por haberlos separado de los gentiles, por dejarlos ser descendientes de los santos patriarcas, y por haberlos seleccionado para ser su santo y peculiar pueblo, etc. Y no hay ni limite ni final a estos alardes de su descendencia y sus nacimientos físicos de los padres.

Y para llegar al fin de sus locuras y auto-engaño estúpido, alardean y agradecen a Dios; en primer lugar, por haber sido creados seres humanos y no animales; y segundo, por ser israelitas y no goyim (gentiles); y en tercer lugar, por haber sido creados hombres y no mujeres.

No aprendieron tales estupideces de Israel sino de los goyim. Porque la historia cuenta que el griego Platón, le acordaba diariamente a Dios tales alabanzas y agradecimientos, si tal arrogancia y blasfemias pueden ser llamadas alabanzas a Dios. Este hombre Platón también alababa a sus dioses por estas tres cosas: que era un ser humano y no un animal, un hombre y no una mujer; un griego y no un no-griego, o bárbaro. ! Estos son los alardes de un estúpido, la gratitud de un bárbaro que blasfema a Dios! De la misma manera los italianos se imaginan ser los únicos seres humanos; se imaginan que todas las otras personas del mundo no son humanas, meros patos o ratones en comparación.

Nadie les puede sacar el orgullo de su sangre ni de su descendencia de Israel.  En el Viejo Testamento perdieron muchas batallas en guerra sobre este tema, pero ningún judío entiende esto. Todos los profetas lo censuraron porque delata una presunción arrogante y carnal vacía de espíritu y fe. Ellos también fueron matados y perseguidos por esta razón.

San Juan el Bautista los atacó severamente por ello, diciendo, “No piensen que podrán alegar: ‘Tenemos a Abraham por padre.’ Porque les digo que Dios es capaz de sacarle hijos a Abraham incluso de estas piedras.” (Mateo 3:9) El no los llamó “los hijos de Abraham” sino “Camada de Víboras” (Mateo 3:7).

Oh, eso fue muy insultante para la noble sangre y raza de Israel, y ellos declararon, “Tiene un demonio” (Mateo 11:18)  Nuestro Señor los llama “camada de víboras“, aun mas Juan 8:39 dice: “Si fueran hijos de Abraham, harían lo mismo que él hizo. Ustedes son de su padre, el diablo“. Fue intolerable para ellos escuchar que no eran hijos de Abraham sino del diablo, ni tampoco soportan escuchar esto hoy. Si ellos renunciaran a este alarde y discusión, la totalidad del sistema en el cual está construido se desmoronaría y cambiaría.

Yo mantengo que, si su Mesías, el cual esperan todavía, viniera y desecharía su alarde y sus bases, lo crucificarían y lo blasfemarían siete veces peor que a Nuestro Mesías; y también dirían que, no es el verdadero Mesías, sino un diablo engañador, como se burlaban del verdadero Mesías.

Porque, han dibujado a su Mesías como uno que vendrá a fortalecer e incrementar tales orgullos y arrogancias carnales, errores arrogantes sobre la nobleza de sangre y el linaje. Esto es lo mismo que decir que nosotros deberíamos de asistirlos en la blasfemia hacia Dios y en ver a sus criaturas con desprecio, incluyendo a las mujeres que también son seres humanos, y a la imagen de Dios como nosotros; aun mas, son nuestra propia sangre y carne, tales como madre, hermana, hija, ama de casa, etc. Porque de acuerdo a la antes mencionada triple canción de alabanza, ellos no consideran a Sara, (como mujer), ser tan noble como Abraham, (como hombre).  Quizás, ellos desean honrarse por haber nacido mitad nobles, de un padre noble, y una mitad innoble, de una madre innoble. Pero, suficiente de esta estupidez y engaño.

Nosotros proponemos discutir sus argumentos y altanerías, y comprobar convincentemente ante Dios y el mundo, no ante los judíos, porque, como ya se ha dicho, ellos no aceptarían esto ni de Moisés ni de su propio Mesías, dirían más bien que su argumento es realmente vacio y sus estándares condenados.

Para este fin, citamos a mismo Moisés, en Génesis 17, a quien seguramente deberían creer si fueran verdaderos Israelitas. Cuando Dios instituyo la circuncisión, el dijo. Entre otras cosas, “Y el varón incircunciso… aquella persona será borrada de su pueblo…” (Génesis 17:14). Con estas palabras Dios condena a todos los nacidos de la carne, no importa cuán noble, alto, o cuan bajo haya sido su nacimiento. El no deja excerpta la semilla de Abraham de este juicio, aunque Abraham haya sido no solamente de alto y noble nacimiento de Nimesino también denominado santo (Génesis 15), y paso a ser Abraham en vez de Abram (Génesis 17). No obstante, ninguno de sus hijos será enumerado entre el pueblo de Dios, pero al contrario, arrancado, y Dios no será su Dios, a no ser que él, sobre y mas allá de su nacimiento, sea también circunciso y aceptado al pacto de Dios.

Para estar seguro, ante el mundo, una persona es correctamente considerada más noble que otra por razón de su nacimiento, o más inteligente que otra por razón de su inteligencia, o más fuerte y más bella por razón de su cuerpo y belleza, o más rica y poderosa por razón de sus posesiones, o mejor que otra por razón de sus virtudes especiales.  ¿Porque esta miserable, pecaminosa y mortal vida debe de ser marcada por tales diferenciaciones e inigualdad?, los requerimientos de la vida diaria y la preservación del gobierno lo hacen indispensable.

Pero el pavonearse ante Dios y vanagloriarse de ser tan noble, exaltado, y tan rico comparado con otras personas, eso es arrogancia diabólica, porque todo nacimiento de acuerdo a la carne es condenado ante El, sin excepción en el antes mencionado versículo, si su pacto y palabra nos viene a rescatar una vez mas y crear un nuevo nacimiento, muy diferente al viejo, primer nacimiento.

Entonces, así los judíos se enaltecen en sus rezos ante Dios y su gloria por el hecho de ser de la sangre noble de los patriarcas, su linaje y sus hijos, y que él debe considerarlos y ser agraciado para con ellos por virtud de ello. Mientras condenan a los gentiles como indignos, y no ser de su sangre.

Mi querido señor, ¿que supone Ud. que tal rezo logre?  Esto es lo que lograran: Aunque los judíos fueran tan santos como sus padres Abraham, Isaac y Jacob, si, aunque fueran ángeles en el cielo, por tal rezo tendrían que ser arrojados al abismo del infierno. Cuanto menos, tales rezos los salvaran del exilio y su vuelta a Jerusalén.

Porque tales diabólicas y arrogantes plegarias no hacen otra cosa que hacer de la palabra de Dios, una mentira, porque Dios declara: “Quien nazca y no sea circunciso no será solamente innoble y despreciable sino también será maldito y no será parte de mi pueblo y yo no seré su Dios.”

Los judíos se enfurecen contra esto en su blasfemo rezo como diciendo: “No, no, Señor Dios, eso no es verdad, no debes de escuchar porque somos del linaje noble de los santos padres. Por virtud de tal noble nacimiento nos debes de establecer como señores sobre toda la tierra y en el cielo también. SI no haces eso, rompes tu palabra y nos haces injusticia porque le jurasteis a nuestros padres que aceptarías su semilla como tu pueblo para siempre.”

Esto es como si un rey, príncipe, señor o un rico, bello, inteligente, pio y virtuoso entre nosotros cristianos rezaría así a Dios: “Señor Dios, mira qué gran rey y señor soy! Mira que rico, inteligente y pio que soy! Mira que bello o bella soy en comparación con otros! Se bondadoso conmigo, ayúdame, y por razón de todo esto sálvame! La otra gente no se lo merece tanto, porque no son tan bellos, ricos, inteligentes, píos, nobles y altamente nacidos como yo!”

¿Que suponen Ustedes que tal rezo merezca? Se merecería truenos y destellos del cielo y sulfuro y fuego del infierno del piso. Eso sería la justa pena; porque la carne y la sangre no deben vanagloriarse ante Dios. Porque como dijo Moisés, quien sea que nazca y aunque sea de los santos patriarcas y de Abraham mismo está condenado ante Dios y no debe vanagloriarse ante él. San Pablo dice lo mismo en Romanos 3:27, como así también Juan 3:6.

Tal rezo fue también pronunciado por el Fariseo en el Evangelio mientras se vanagloriaba de todas sus bendiciones diciendo, “Yo no soy como otros hombres.” Aun mas, su rezo fue bellamente adornado, porque lo hizo dando gracias y se imaginaba estar sentado en el regazo de Dios como su hijo favorito. Pero el trueno y los rayos del cielo lo mando al abismo del infierno, como Cristo mismo lo declaro, diciendo que el mesonero estaba justificado pero el Fariseo condenado. O, que podemos nosotros pobres gusanos, lombrices,  hediondos y sucios presumir y vanagloriar ante él quien es Dios y Creador del cielo y de la tierra, quien nos hizo de tierra y de la nada! Y a lo que concierne a nuestra naturaleza, nacimiento y esencia, nosotros no somos más que polvo y nada ante sus ojos; todo lo que nosotros somos y tenemos proviene de su gracia y su rica misericordia.

No hay duda que Abraham fue más noble que los judíos, porque como hemos mencionado anteriormente, el era descendiente del más noble patriarca, Noé, quien en sus días era el más grande y viejo señor, sacerdote y padre de todo el mundo, y de los otros nueve patriarcas subsiguientes. Abraham vió, escuchó, y vivió con todos ellos y algunos de ellos, por ejemplo Shem, Shelah, Eber, lo sobrevivieron por muchos años. Así que Abraham obviamente no le faltaba nobleza de sangre y nacimiento; aun así, esto no le ayudo en lo más mínimo para ser contado entre el pueblo elegido de Dios. No, el era un idolatra, y hubiera continuado bajo la condena de Dios si SU PALABRA no le hubiera llamado, como Joshua en el capitulo 24:2 nos informa de las palabras salidas de la propia boca de Dios:

Your fathers lived of old beyond the Euphrates, Terah, the father of Abraham and Nahor; and they served other gods. Then I took your father Abraham from beyond the River and led him,” etc.

Hasta después de haber sido llamado y santificado mediante LA PALABRA DE DIOS y mediante la fe, de acuerdo con Génesis 15, Abraham no se vanagloriaba de su nacimiento o sus virtudes. Cuando el hablo con Dios (Génesis 18) el no dijo: “Mira que noble soy, nacido de Noé y los santos patriarcas, y descendiente de tu santa nación,” ni tampoco dijo, “Que pio y santo soy en comparación con otras personas!” No, él dijo: “Behold, I have taken upon myself to speak to the Lord, I who am but dust and ashes” [Gen. 18:27].

Así es en verdad como una criatura debe de hablarle a su Creador, no olvidándose de qué tiene ante sí y come es visto El. Porque eso fue lo que Dios dijo de Adán y todos sus hijos (Génesis 3:19 ),

You are dust, and to dust you shall return,” as death itself persuades us visibly and experientially, to counteract, if need be, any such foolish, vain, and vexatious presumption.”

Ahora pueden ver que buenos hijos de Abraham los judíos realmente son, que bien siguen a su padre, si, que buena gente de Dios son. Se vanaglorian frente a Dios por su nacimiento físico, y de la noble sangre que heredaron de sus padres, odiando a todas las otras personas, aunque Dios los considera en todos estos casos como “polvo” y “ceniza”, y “malditos por el nacimiento”, lo mismo que a todos los otros paganos. Y aun así, le dan a Dios la mentira; insisten en estar correctos, y con tan maldito y blasfémico rezo, se proponen arrebatarle a Dios su gracia y recuperar su Jerusalén.

Aun mas, aunque los judíos fueran siete veces más ciegos de lo que son, si eso fuera posible, ellos todavía tendrían que ver que Esaú o Edom, en lo que se refiera a su nacimiento físico, era tan noble como Jacob, dado que no solamente era hijo del mismo padre, Isaac, y de la misma madre, Rebeca, pero era también el primogénito; y el primogénito en aquella época otorgaba la nobleza más alta por sobre los otros hijos. Pero ¿Qué fue lo que este nacimiento igual, o hasta primogénito, y así por virtud más noble que Jacob, lo beneficio?  El así y todo no fue contado entre el pueblo de Dios, aunque llamara a su abuelo Abraham y a su abuela Sara, de la misma forma que lo hizo Jacob, por cierto, como ya ha sido dicho, hasta mas valido que Jacob. Por consecuencia, Abraham mismo, como así también Sara, lo tenían que considerar su nieto, el hijo de Isaac y Rebeca, ellos lo tenían que considerar como el primogénito y más noble, y Jacob el menos. Pero díganme y aclárenme ésto, ¿Qué bien le hizo su nacimiento físico y su sangre noble heredada de Abraham?

Alguien podría decir que Esaú perdió su honor porque se transformó en malvado, etc. Debemos de volver.  Primero que todo, al punto en cuestión que es la nobleza de sangre, es por sí misma valida ante Dios a tal punto que uno pudiera llegar a ser el pueblo de Dios mediante ella. Si no lo es, entonces, ¿Por qué los judíos exaltan su nacimiento tan solo por lo alto ante los otros hijos del hombre?  Pero si lo es, entonces ¿Por qué Dios no los guarda de caer?  Porque si Dios considera al nacimiento físico como adecuado para hacer de los descendientes de los patriarcas su gente, el no dejaría que se transformaran en malvados, así perdiendo a su pueblo y transformándose en un no-Dios.  Pero, si los dejara convertirse en malvados, entonces es seguro que no considera el nacimiento como medio de crear o producir un pueblo para él.

En segundo lugar, Esaú no fue rechazado del pueblo de Dios porque se transformó en malvado después, ni fue Jacob contado entre el pueblo de Dios en vista de su futura vida santa. No, mientras ellos dos estaban todavía en el vientre de su madre, la palabra de Dios los distinguió a los dos: Jacob fue llamado, Esaú no lo fue, de acuerdo a las palabras “El mayor servirá al menor” (Génesis 25:23).

Esto no fue afectado de ninguna manera por el hecho que los dos fueran llevados bajo el mismo corazón de una madre, que los dos hayan sido nutridos de la misma leche y sangre de una misma madre, Rebeca, y que hayan nacido de ella al mismo tiempo.  Entonces, uno tiene que decir que no importa que idéntica sea la carne, sangre, leche, cuerpo y madre, en esta instancia no fue posible ayudar a Esaú, no pudo prevenir a Jacob de adquirir la gracia mediante la cual las personas llegan a ser hijos de Dios o su pueblo; decisivas aquí son las palabras del llamado que ignoran el nacimiento.

Ishmael, también, puede decir también que es igualmente un verdadero y natural hijo de Abraham. Pero ¿de qué le vale su nacimiento físico? A pesar de esto, el tuvo que dejar su casa y herencia de Abraham a su hermano Isaac. Ud. puede decir que Ishmael nació de Hagar mientras Isaac nació de Sara.  Si algo tiene que ver, esto fortalece nuestro punto de vista. Porque el nacimiento de Isaac mediante Sarah fue afectado por la palabra de Dios y no por la sangre y carne, porque Sara estaba mucho más allá de su edad natural para tener hijos.

Para discutir la cuestión de nacimiento un poco más, aunque Ishmael es la carne y sangre de Abraham y su hijo natural, aun así la carne y sangre de un padre tan santo no le ayudo. Al contrario, lo daño, porque no tuvo más que sangre y carne de Abraham, y no tuvo la palabra de Dios a su favor.  El hecho de que Isaac sea descendiente de la sangre de Abraham, no lo daña, aunque no le haya servido para nada a Ishmael, porque él tenía la palabra de Dios que lo distinguió de su hermano Ishmael, quien es de sangre y carne del mismo Abraham.

¿Por qué hacer tanto de esto?  Después de todo, si el nacimiento contara ante Dios, yo pudiera llamarme tan noble como cualquier judío.  Si, tan noble como Abraham mismo, como David, como todos los santos profetas y apóstoles. Ni tampoco les debería dar las gracias si ellos me consideraran tan noble como ellos ante Dios por razón de mi nacimiento. Y si Dios se rehusara a reconocer mi nobleza y nacimiento como igual a la de Isaac, Abraham, David, y todos los santos, yo mantengo que él me estaría haciendo una injusticia, y que no es un juez justo. Porque no lo voy a negar, y ni tampoco Abraham, David, todos los profetas y apóstoles, y ni siquiera un ángel del cielo, me negaría el derecho de decir que Noé, en lo que se refiere a mi nacimiento físico, sangre y carne, es mi verdadero ancestro natural, y que su esposa (quien quiera que ella haya sido), es también mi verdadero ancestro; porque todos somos descendientes de un único Noé desde el diluvio. Nosotros no somos descendientes de Caín, porque su familia se perdió para siempre en el diluvio, junto con muchos de sus primos, cuñados y amigos de Noé.

Yo también digo que Japheth, el primogénito de Noé, es mi verdadero ancestro natural, y su esposa (quien quiera que haya sido), también; porque, como nos informa Moisés en Génesis 10, él es el progenitor de todos nosotros los gentiles. Así, Shem, el segundo hijo de Noé, y todos sus descendientes, no tienen fundamento para vanagloriase sobre su hermano mayor Japheth, debido a su nacimiento.  Seguramente, si el nacimiento jugara un papel importante, entonces Japheth como el hijo mayor, y el verdadero heredero, tiene razón de vanagloriarse contra Shem, su hermano menor, y los descendientes de Shem, sean estos llamados judíos, ishmaelitas o edomitas.

Pero, ¿de qué le sirvió al bueno de Japheth, nuestro ancestro, ser el primogénito físico?  De nada. Shem gozo de primicia, no por razón de su nacimiento, el cual posdataba al de Japheth, sino porque el llamado y palabra de Dios fue el árbitro aquí.

Yo podría ir al principio del mundo, y marcar nuestra herencia en común desde Adán y Eva, después de Shem, Enoch, Kenan, Mahalalel, Jared, Enoch, Matusalén, Lamech; porque todos estos son nuestros ancestros, como así también de los judíos, y compartimos igualmente el honor, nobleza y fama de descendencia de ellos, al igual que los judíos. Nosotros somos su sangre y carne, al igual que Abraham y todas sus semillas lo son. Porque nosotros estuvimos entre las piernas de los mismos santos padres que ellos, y no hay diferencia de ninguna clase en lo que concierne al nacimiento, o carne o sangre, como nos dice la razón.

Es por esto entonces que los judíos son idiotas estúpidos, más absurdos que los gentiles, para alardear ante Dios de su nacimiento físico, mientras que no son mejor que los gentiles por razón de ello, desde que los dos comparten un nacimiento, una carne y una sangre, desde los primerísimos, mejores y más santos ancestros. Ninguno de los dos puede reprochar o reprobar al otro sobre alguna peculiaridad, eso implicaría incriminarse a sí mismo, al mismo tiempo.

Pero avancemos. David nos agrupa juntos muy bien y convincentemente cuando el declara el Salmos 51:5:

“Behold, I was brought forth in iniquity, and in sin did my mother conceive me. Now go, whether you are Jew or Gentile, born of Adam or Abraham, of Enoch or David, and boast before God of your fine nobility, of your exalted lineage, your ancient ancestry! Here you learn that we all are conceived and born in sin, by father and mother, and no human being is excluded.”

Pero, ¿Qué significa nacer en el pecado sino nacer bajo la ira y la condena de Dios?  Así, de esta forma, por naturaleza y nacimiento no se puede ser el pueblo o hijos de Dios, y nuestro nacimiento, gloria, nobleza y alabanza, no pueden significar ni nada más y ni nada menos que esto. Y solo esto se puede decir de nuestro nacimiento físico y debido a ello somos “pecadores condenados”, enemigos de Dios y en su disgusto.

Allí, judíos tienen su alarde y nosotros gentiles los nuestros, en nuestros juntos con los de ustedes, como así también el de ustedes con el nuestro. Ahora vayan y recen a Dios para que él les respete su nobleza, su raza, su carne y su sangre.

Esto es lo quería decir para fortalecer nuestra fe; porque los judíos no renunciaran a su orgullo y alarde de su nobleza y linaje. Como fue dicho antes, sus corazones están endurecidos. Nuestra gente, aun sin embargo, tiene que estar en guardia contra ellos, para no ser llevados por el mal camino por esta impertinente y maldita gente que le miente a Dios y odian a todo el mundo. Porque a los judíos les gustaría llevarnos a nosotros cristianos a su fe, y hacen esto siempre que pueden. Si Dios llegara a darles su gracia, los judíos primero deben borrar todos esos rezos y canticos blasfemos en los cuales pavonean tan arrogantemente su linaje, de sus sinagogas, de sus corazones y de sus labios, porque tales rezos incrementan y agudizan a un mas la ira de Dios hacia ellos. Pero ellos no harán caso a eso, ni se humillaran, excepto algunos pocos individuos que Dios llama hacia El para librarlos de su terrible ruina.

La otra fanfarronería y linaje del cual los judíos se regodean y con la cual, de manera arrogante y presumida menosprecian a toda la humanidad, es la circuncisión recibida de Abram.  ¡Dios mío, lo que tenemos que tolerar nosotros gentiles de sus sinagogas, en sus plegarias, en sus canciones, y en sus enseñanzas! ¡Qué hediondez para sus fosas nasales somos nosotros, pobre gente somos por no ser circuncisos! De hecho, el propio Dios debe rendirse al miserable tormento, si puede así decirse, ya que lo enfrentan a la inefable presunción, y fanfarronería: “¡Alabado seas, Rey del Mundo, que nos destacaste de todas las naciones y nos santificaste con el pacto de la circuncisión!” Y del mismo modo con varias otras palabras, siendo el tenor de todas que Dios debe estimarlos por sobre el resto del mundo, porque ellos, de conformidad con su mandato, son circuncisos, y que Él debería condenar a toda la demás gente, que es como ellos desean hacer y hacen.

En esta fanfarronería de linaje se vanaglorian tanto como en su origen. En consecuencia, creo que si Moisés mismo hubiera aparecido, junto con Elías y su Mesías, y hubieran intentado despojarlos de esta fanfarronería o prohibirles tales plegarias y enseñanzas, muy probablemente hubieran sido considerados los peores demonios en el infierno, y no hallarían el modo de insultarlos y maldecirlos de acuerdo a su pensar, y por supuesto no les creerían. Pues, fue entre ellos que decidieron que Moisés, junto con Elías y el Mesías, deberían ser circuncisos, sí, y más precisamente decidieron que deberían ayudar a reforzar y alabar la arrogancia y orgullo en la circuncisión, y, como ellos mismos lo hacen, mirar a todos los gentiles como una asquerosa suciedad y fetidez por ser incircuncisos. Moisés, Elías, y el Mesías deben hacer lo que ellos prescriben, piensan, y desean. Insisten en que tienen razón, y si el mismísimo Dios fuera a hacer algo distinto de lo que ellos piensan, sería el Dios equivocado.

 

 

CAPITULO II

Ahora bien, sólo observen a este pueblo miserable, ciego e insensible. En primer lugar (como lo dije anteriormente con relación al nacimiento físico), si tuviéramos que admitir que la circuncisión es suficiente para hacer de ellos un pueblo de Dios, o para santificarlos y hacer que se destaquen ante Dios, por encima de todas las demás naciones, entonces la conclusión debiera de ser la siguiente: “Quienquiera que fuera circunciso no podría ser malvado ni podría estar maldito. Ni permitiría Dios que esto pase, si Dios considerara que la circuncisión estuviera imbuida en tal santidad y poder”.

Precisamente como nosotros los cristianos decimos: “Quienquiera tenga fe no puede ser malvado ni estar maldito en tanto la fe persista. Pues Dios considera que la fe es tan preciosa, valorable, y poderosa, que con seguridad ésta santificaría a quien tenga fe e impida que se pierda, o se convierta en maldad”. Pero dejaré esto por un momento.

En segundo lugar, notamos aquí nuevamente cómo los judíos provocan más y más la ira de Dios con tales plegarias. Pues allí se alzan en su orgullo y difaman a Dios con sus blasfemias, envergonzantes e insolentes mentiras.  Son tan ciegos y estúpidos que no ven siquiera las palabras que se hallan en Génesis 17, ni la totalidad de las Escrituras, que, fervientemente y explícitamente condena esta mentira. Pues en Génesis 17:12 Moisés declara que, a Abraham le fue ordenado circuncidar no sólo a su hijo Isaac, quien aún no había nacido, sino también a todos los varones nacidos en su casa, ya sean hijos o sirvientes, incluyendo a los esclavos.

Todos ellos fueron circuncidados juntos el mismo día con Abraham; también Ismael, de trece años de edad en ese momento, según el texto nos lo informa. Así es que, el convento o decreto de circuncisión constituye la auténtica semilla de todos los descendientes de Abraham, particularmente Ismael, quién fue la primer semilla de Abraham que fue circuncidada. En consecuencia, Ismael no es tan sólo el semejante de su hermano Isaac, sino que, de ser esto considerado por Dios, podría jactarse de su circuncisión con más derecho que Isaac, por haber sido circuncidado un año antes. Teniendo en cuenta esto, los ismaelitas gozan de mejor reputación que los israelitas, pues su padre Ismael fue circuncidado antes de que Isaac, el padre de los israelitas, hubiera nacido.

¿Por qué entonces los judíos mienten tan vergonzosamente ante Dios en sus plegarias y prédicas, como si la circuncisión fuera de ellos solamente, como si a través de la misma se destacaran ante Dios de todas las demás naciones, y así solos constituyeran el pueblo elegido del Señor?

Realmente deberían, (si fueran capaces), estar avergonzados ante los ismaelitas, los edomitas, y otras naciones, si consideraran que fueron en todos los tiempos una nación pequeña, apenas un puñado de gente en comparación con otros que fueron también semilla de Abraham y fueron también circuncidados, y quienes indudablemente transmitieron a sus descendientes el mandato de su padre Abraham; y que la circuncisión transmitida al hijo Isaac es bastante insignificante, cuando se la compara con la circuncisión transmitida a los otros hijos de Abraham. Pues la Escrituras dicen que Ismael, el hijo de Abraham, se convirtió en una gran nación, que engendró doce príncipes, también que el sexto hijo de Cetura (Génesis 25:1) poseyó mayores extensiones de tierra que Israel. Y éstas indudablemente observaron el rito de la circuncisión transmitido por sus padres.

Ahora bien, si la circuncisión, según el mandato de Dios en Génesis 17, es practicada por tantas naciones, comenzando por Abraham, (cuya semilla son todos ellos, lo mismo Isaac como Jacob), y como no hay diferencia alguna en este aspecto entre ellos y los hijos de Israel, ¿qué es lo que están haciendo los judíos cuando rezan y agradecen a Dios por elegirlos especialmente a ellos por sobre todas las demás naciones, por santificarlos, y hacerlos suyo?

Esto es lo que están haciendo: “están blasfemando a Dios y mintiendo acerca de su mandamiento y sus palabras que dicen (Génesis 17:12) que la circuncisión no será para Isaac y sus descendientes exclusivamente, sino para toda la descendencia de Abraham”.

Los judíos no tienen un lugar de privilegio que los exalte por sobre Ismael en razón de la circuncisión, o por sobre Edom, Madián, Efa, Efer, etc., todos los cuales están señalados en el Génesis como descendientes directos de Abraham. Pues fueron todos circuncidados e hicieron de la circuncisión su herencia, de la misma manera que lo hizo Israel.

Ahora, ¿en qué se beneficia Ismael por ser circunciso? ¿En qué se beneficia Edom por ser circunciso—Edom quien, además, es hijo de Isaac, que fue un elegido, y no de Ismael? ¿En que se beneficia Midian y sus hermanos, nacidos de Cetura, por ser circuncisos? Ellos no son, por todo esto, el pueblo elegido del Señor; haber descendido de Abraham, o haber sido circuncidados, según el mandato de Dios, no los ayuda en nada.

Si la circuncisión no los ayuda a convertirse en el pueblo elegido del Señor, ¿cómo puede ayudar a los a los judíos? Pues, es sólo una y la misma circuncisión, encomendada por sólo uno y un mismo Dios, y hay uno y sólo un padre, la carne y la sangre, o la descendencia que es común a todos. Absoluta igualdad; no hay diferencia, no hay distinción entre ellos en lo que se refiere a circuncisión y nacimiento.

Por lo tanto no es ni inteligente ni ingeniosa, sino una torpe, tonta y estúpida farsa que los judíos se jacten de su circuncisión ante Dios, suponiendo que Dios los considere con piedad por esa razón, en cambio deberían saber por las Escrituras que, no son la única raza circuncisa en conformidad con el mandamiento de Dios, y que no pueden con ése fundamento ser el pueblo elegido del Señor.

Algo más, “diferente” y “superior”, es necesario para serlo, puesto que los ismaelitas, los edomitas, los midianitas, y otros descendientes de Abraham, podrían igualmente reconfortarse en esta gloria, incluso ante Dios mismo. Pues en relación con el nacimiento y la circuncisión éstos son, como ya fue dicho, sus iguales.

Tal vez los judíos declararán que los ismaelitas y los edomitas, etc., no practican el rito de la circuncisión tan estrictamente como ellos. Además de cortar el prepucio del niño, los judíos empujan la piel del pequeño pene hacia atrás y lo seccionan con filosas uñas, según se lee en sus libros. De esta manera causan al niño un excesivo dolor, sin ningún fundamento, y en oposición al mandamiento de Dios; de manera que el padre, que tendría que estar realmente satisfecho con la circuncisión, se mantiene allí erguido y sollozando mientras el llanto de su hijo le perfora el corazón.

Respondemos enérgicamente que, tal añadidura es de su propia invención, sí, fue inspirada por el diablo, y contradice el mandamiento de Dios, pues Moisés dice en Deuteronomio 4:2 y 12:32: “no añadirás a la palabra que yo te mando ni la disminuirás.” Con tal diabólico agregado, arruinan su circuncisión, de manera que ante los ojos de Dios, ninguna otra nación practica más deshonrosamente la circuncisión que ellos, pues con tal infundada desobediencia, incluyen y practican este horroroso agregado.

Ahora, veamos que dice el propio Moisés acerca de la circuncisión. En Deuteronomio 10:16, dice: “Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz,” etc. Querido Moisés, ¿qué significan tus palabras? ¿No les es suficiente ser circuncisos físicamente? Esta sagrada circuncisión los destaca de todas las demás naciones y los hace un pueblo sagrado del Señor. ¿Y tú los reprendes por obstinación contra Dios? ¿Menosprecias su sagrada circuncisión? ¡Debieras aventurarte a hablar así hoy en sus sinagogas! Si no hubiera piedras convenientemente cerca, recurrirían al barro y la suciedad para que te fueras de entre ellos, aún teniendo el peso de diez Moiseses.

También los reprende en Levítico 16:41, diciendo: “Y entonces se humillará su corazón incircunciso,” etc. ¡Tened cuidado, Moisés! ¿Tienes idea de a quién le estás hablando? Le estás hablando a un noble, elegido, sagrado, circunciso pueblo del Señor. ¿Y te atreves a decir que tienen corazones incircuncisos? Eso es mucho peor que tener una carne siete veces incircuncisa; ya que un corazón incircunciso no puede tener Dios. Y para aquél la circuncisión de la carne no tiene valor. Sólo un corazón circunciso puede convertirnos en pueblo del Señor, y puede hacerlo aún cuando no hay circuncisión física, o ésta es imposible, como lo fue para los niños de Israel durante cuarenta años en el desierto.

También Jeremías los hace pensar, diciendo en el capítulo 4:4: “Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio de vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalén; no sea que mi ira salga como fuego y se encienda y no haya quien la apague…

Jeremías, maldito herético, seductor y falso profeta, ¿cómo te atreves a decirle al sagrado, circunciso pueblo del Señor que se circuncide a Jehová? ¿Pretendes decir que están circuncidados físicamente al demonio, como si Dios no apreciara su santa, física circuncisión? ¿Y estás además amenazándolos con despertar la ira del Señor con un eterno fuego, si no circuncidan sus corazones?

Pero no mencionan la circuncisión del corazón en sus plegarias, ni alaban o agradecen a Dios por eso, con una simple carta siquiera. ¿Y te atreves a invalidar su santa circuncisión de la carne, haciéndola propensa a ser la causa de la ira del Señor y el eterno fuego? Te aconsejo que no entres en sus sinagogas; allí todos los demonios te descuartizarían y devorarían.

En Jeremías 6:10 leemos, más adelante, “He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden escuchar.” Bueno, bueno, mi querido Jeremías, estás sin dudas tratando severamente e inconsideradamente con el noble, elegido, santo, circunciso pueblo del Señor ¿Pretendes decir que tal sagrada nación tiene oídos incircuncisos? Y, lo que es aún peor, ¿que no pueden escuchar? ¿No es eso equivalente a decir que no son el pueblo del Señor? Pues aquellos que no pueden escuchar ni soportan escuchar las palabras del Señor no son el pueblo del Señor. Y si no son del pueblo del Señor, entonces son el pueblo del diablo; y por lo tanto ni circuncidarse ni pelarse ni rasguñarse les servirá. ¡Por Dios, Jeremías, dejad de hablar así! ¿Cómo puedes menospreciar y condenar la santa circuncisión tan horriblemente que excluyes al elegido, circunciso, santo pueblo del Señor y lo relegas al demonio por desterrado y maldito? ¿No alaban al Señor por destacarlos y separarlos del diablo y al mismo tiempo elegirlos por sobre las demás naciones y por hacer de ellos un pueblo sagrado y especial a través de la circuncisión? Sí, “¡Ha blasfemado! ¡Crucificadlo, crucificadlo!

En el capítulo 9:25 Jeremías dice más adelante: “he aquí que vienen días, dice Jehová, en que castigaré a todo circuncidado en su incircuncisión—a Egipto y a Judá, a Edom y a los hijos de Amón y de Moab, y a todos los que se afeiten las sienes, los que moran en el desierto; porque todas las naciones son incircuncisas, y toda la casa de Israel es incircuncisa de corazón…

De cara a esto, ¿en qué se traduce la arrogante fanfarronería por ser circuncisos en razón de la cual los judíos claman ser una nación sagrada, elegida por encima de otros pueblos? Aquí las palabras del Señor los aúnan con los bárbaros y los incircuncisos, y los amenaza con un mismo castigo. Además, la mejor parte de Israel, la tribu noble, real de Judá, se menciona aquí, y después de esta, la casa entera de Israel. Aún peor, declara que los bárbaros son, con seguridad, incircuncisos en cuanto a la carne, pero que Judá, Edom, e Israel, que son circuncisos en cuanto a la carne, son mucho más viles que los bárbaros, pues tienen, pues tienen el corazón incircunciso; lo cual, como fue anteriormente dicho, es mucho peor que la carne incircuncisa.

Estos y otros pasajes similares prueban irrefutablemente que la arrogancia judía y su fanfarronería por ser circuncisos, por encima de los incircuncisos gentiles, es nula y vacía, a menos que estuviera acompañada de algo más, no merece otra cosa que la ira del Señor.

El Señor dice que tienen un corazón incircunciso. Sin embargo los judíos no se interesan por dicha circuncisión del corazón; en cambio piensan que el Señor debe contemplar su orgullosa circuncisión de la carne y escuchar sus arrogantes alardes de superioridad frente a todos los gentiles, quienes son incapaces de hacer alarde de tal circuncisión.

Este pueblo ciego, miserable no ve que en éstos versos el Señor condena tan claramente y explícitamente su corazón incircunciso, y por lo tanto condena su circuncisión física, junto con su arrogancia y sus plegarias. Andan su camino como tontos, endureciendo cada vez más la piel que recubre el corazón con sus arrogantes fanfarronerías ante Dios, y con el desprecio por todos los demás pueblos.

En virtud de tal fútil, arrogante circuncisión de la carne, suponen ser el único pueblo del Señor, mientras que la piel de su corazón se endurece aún más que una montaña de hierro, y ya no pueden escuchar, ver, o sentir sus claras Escrituras, que leen diariamente con ojos ciegos, cubiertos por un cuero más grueso que la corteza del roble.

Si Dios fuera a escuchar sus rezos y plegarias, y aceptarlos, con seguridad tendrían primero que purgar sus sinagogas, bocas y corazones de tal blasfema, envergonzante, apócrifa, y engañosa fanfarronería y arrogancia. De lo contrario, sólo irán de mal en peor, y despertarán aún más la ira del Señor contra ellos. Pues que no se atreva, aquél que rece ante Dios, a enfrentarlo a la arrogancia y la mentira, que no se atreva a alabarse, a condenar a todos los demás, a clamar ser el único pueblo del Señor, y a maldecir a todos los demás, como lo hacen. Como dice David 5:4: “Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad. Destruirás a los que hablan mentira; al hombre sanguinario y engañador le abominará Jehová.” Pero en cambio, como nos lo dice el verso 7: “Más yo por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa; en tu santo templo me postraré, lleno de tu temor.

Este salmo concierne a todos los hombres, ya sean circuncisos o no, pero particularmente y especialmente a los judíos, para quienes fue especialmente dado y concebido—como lo fue también todo el resto de la Escritura. Y en ésta están retratados más magistralmente que todos los demás paganos. Pues son quienes siempre han practicado las costumbres e idolatría ateas, doctrina apócrifa, y quienes han tenido corazones incircuncisos, como lo gritaron y lamentaron el propio Moisés y todos los profetas. Sin embargo siempre dijeron estar complaciendo a Dios, y asesinaron a todos los profetas fundamentándose en eso.

Son el pueblo malintencionado, terco que no se convierte del mal a los trabajos decentes, con las prédicas, reprimendas, y enseñanzas de los profetas. Las Escrituras por todos lados dan fe de esto. Y aún claman ser servidores del Señor y levantarse frente a él. Son los fanfarrones, arrogantes ladinos que al día de hoy no hacen más que alardear de su raza y linaje, alabarse sólo a ellos mismos, y desdeñar y maldecir al mundo entero en sus sinagogas, plegarias, y doctrinas. A pesar de esto, imaginan que ante los ojos de Dios figuran entre sus hijos más preciados.

Son verdaderos mentirosos y ventajeros que continuamente han pervertido y falsificado la totalidad de la Escritura, desde el principio hasta el día de hoy, con sus falsos brillos.

El más fervoroso lamento, anhelo, y esperanza de su corazón será atacado el día en que puedan tratar con nosotros gentiles como lo hicieron con los gentiles en Persia, en el tiempo de Ester. Oh, qué fanáticos que son del libro de Esther, que está tan perfectamente a tono con su sed de sangre, venganza, muerte. El sol jamás había brillado sobre un pueblo más sanguinario y vengativo que éste, que imagina ser el pueblo de Dios encargado de y enviado a asesinar y matar a los gentiles. De hecho, lo que principalmente esperan de su Mesías es que mate y asesine con su espada al mundo entero. En un principio, a nosotros los cristianos nos trataron de esta manera alrededor de todo el mundo. Si pudieran, aún les gustaría hacerlo, y con frecuencia lo han intentado, y a causa de eso les cerraron bien la boca.

Tal vez podríamos profundizar este tema más tarde, pero volvamos ahora a su apócrifa, engañosa mentira con relación a la circuncisión. Estos envergonzantes mentirosos están bien al tanto de que no son el pueblo elegido del Señor, aún poseyendo la circuncisión exclusivamente por sobre las demás naciones. Saben también que ser incircuncisos no es obstáculo para ser un pueblo del Señor. Y todavía se pavonean descaradamente frente a Dios, mienten y hacen alarde de ser el pueblo elegido del Señor en razón de su circuncisión física, sin considerar la circuncisión del corazón. En oposición a esto hay ejemplos escriturales de peso. Nos remitimos, en primer lugar, a Job, quien, como dicen, es hijo de Nacor. Dios no impuso que lo circuncidaran a él ni a sus herederos. Y sin embargo su libro demuestra claramente que fueron muy pocos los grandes santos de Israel que lo igualaran y que igualaran a su pueblo. Tampoco el profeta Elías obligó a Naamán de Siria a circuncidarse; y aún así fue santificado, y se convirtió en un hijo de Dios; y sin dudas con él lo hicieron muchos otros.

Además, allí se levanta íntegro el profeta Jonás, que lo convirtió a Dios a Nínive, y lo mantuvo unido con reyes, príncipes, señores, tierra, y gente, sin haber todavía circuncidado a su pueblo. De la misma manera, Daniel convirtió a los grandes reyes y pueblos de Babilonia y Persia, tales como Nabucodonosor, Ciro, Darío, etc., y aún así permanecieron siendo gentiles incircuncisos, y no se convirtieron al judaísmo.

Con anterioridad, José había instruido al Faraón, a su príncipe, y su pueblo, como fue escrito en Salmos 105:22, y aún así no los circuncidó. Les digo, estos endurecidos y empedernidos mentirosos saben todo esto; y aún así, resaltan exageradamente que son circuncisos, como si ningún incircunciso pudiera ser un hijo de Dios, y siempre que seducen a un cristiano, intentan alarmarlo de manera tal que se circuncide.

Luego se acercan a Dios y se honran en su plegaria por habernos acercado a través de la circuncisión al pueblo del Señor, -como si ésta fuera un acto sagrado-. Desdeñan, menos precian, y maldicen el prepucio en nosotros como si fuera una abominación repugnante que nos impide ser un pueblo del Señor, mientras que su circuncisión, afirman, se los asegura.

¿Qué hará Dios con las plegarias y lo que ellos conciben con su burda, blasfema mentira, contraria a toda Escritura (como ya fue señalado)? ¡En efecto, los escuchará y los llevará de vuelta a su país! Me refiero a que si habitaran el cielo, bastarían tales plegarias, loas y mentiras acerca de la circuncisión, para arrojarlos instantáneamente al abismo del infierno. Ya he escrito esto contra los Sabbatarians. Por lo tanto, querido cristiano, mantente en guardia frente a un pueblo tan maldito al cual Dios ha permitido hundirse en tales profundas abominaciones y mentiras, ya que todo lo que hacen y dicen es pura farsa, blasfemia, y malicia, a pesar todo lo perfecto que pueda parecer.

Sin embargo, estarás preguntándote: ¿De qué sirve entonces la circuncisión? O ¿por qué Dios impartió esta orden tan estrictamente? Contestamos: ¡Dejad que los judíos se preocupen por eso! ¿Qué nos importa eso a nosotros los gentiles? No nos fue impuesta a nosotros, como lo habrán oído decir, ni la necesitamos, en cambio, si podemos ser el pueblo del Señor sin ella, exactamente como lo hicieron el pueblo de Nineveh, de Babilonia, de Persia, y de Egipto. Y nadie puede probar que Dios haya alguna vez enviado a un profeta o a un judío a circuncidar a los gentiles.

Por lo tanto, no tendrían que atormentarnos con sus mentiras e idolatría. Si claman ser tan astutos y sabios como para instruirnos y circuncidarnos a nosotros gentiles, dejémosles primero decirnos de qué sirve la circuncisión, y por qué Dios impartió la orden de la circuncisión tan estrictamente.

Esto nos lo deben; pero no lo harán hasta que regresen a su hogar en Jerusalén—o sea, cuando el demonio ascienda al cielo. Puesto que, cuando aseveran que Dios ordenó la circuncisión para santificarlos, salvarlo, hacer de ellos el pueblo del Señor, están mintiendo atrozmente, como ya lo habrán oído. Pues Moisés y todos los profetas testifican que la circuncisión no ayudó ni siquiera a aquellos a los que les fue ordenada, por ser incircuncisos del corazón.

¿Cómo, entonces, podría ayudarnos a nosotros a quienes no nos fue ordenada?

Pero entre nosotros cristianos—sabemos muy bien porqué fue ordenada, o qué fines sirvió. Sin embargo, ningún judío lo sabe, y aún cuando le decimos es como si le estuviésemos hablando a una estaca o a una piedra.

No abandonarán su arrogancia y su orgullo, es decir, sus mentiras. Insisten con que tienen la razón; Dios debe ser el mentiroso y debe estar equivocado. Entonces, dejadlos ir por su camino y mentir como lo hicieron sus padres desde el principio.

Pero San Pablo nos enseña en Romanos 3 que cuando la circuncisión se realiza como una suerte de acto—no puede santificar o salvar, ni fue mentado para hacerlo. Ni tampoco maldice a los incircuncisos gentiles, como dicen falsa y blasfematoriamente los judíos. En cambio, él dice, “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?, ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios” [cf. Rom. 3:1 ff.]. ¡Este es el punto, allí está dicho, allí está! La circuncisión fue dada e instituida para abrazar y preservar la palabra de Dios y su promesa. Esto significa que la circuncisión no es útil o suficiente en sí misma; sino que aquellos que son circuncisos deberían estar ligados por esta señal, este pacto, o sacramento a obedecerle y creerle a Dios en sus palabras y transmitir todo esto a sus descendientes.

Pero dicha finalidad o razón para la circuncisión dejó de ser lograda, la circuncisión como un mero acto dejó de gozar de validez o valor, aún más si los judíos deben remendar o agregar otra finalidad o explicación al mismo. Esto está corroborado también por las palabras en Génesis 17: “Y te daré a ti, a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos. Dijo de nuevo Dios a Abraham: en cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones. Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros. Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros” [cf. Gen. 17:8, 11]. Aquí se expresa el mismo pensamiento hallado en lo dicho por San Pablo: que la circuncisión fue dada de manera tal que fuera escuchada u obedecida la palabra del Señor. Pues cuando la palabra de Dios deja de ser escuchada u obedecida, entonces él deja con seguridad de ser nuestro Señor, ya que en esta vida debemos comprender y tener a Dios únicamente a través de su palabra. Esta maldita vida no puede soportarlo y resistirlo en su iluminada majestad, como dice en Éxodo 36 [33:20]: “No me verá hombre, y vivirá.”

Existe innumerable cantidad de ejemplos a lo largo de toda la Escritura que muestran qué causa o propósito le asignaron los judíos a la circuncisión. Pues con la frecuencia con la que Dios quiso hablar con ellos a través de los profetas ya sea acerca de los Diez Mandamientos, en los que los reprendió, o acerca de la promesa de ayuda futura siempre fueron obstinados, o como los versos citados de Moisés y Jeremías testifican, ellos eran de corazones y oídos incircuncisos. Siempre clamaron estar haciendo lo correcto y apropiado, mientras los profetas (o sea, Dios mismo cuya palabra predican) lo incorrecto y lo malo. Por consiguiente, los judíos los mataron a todos, y no han permitido nunca aún que alguno muriera sin ser perseguido y condenado, con excepción de unos pocos en los tiempos de David, Hezakiah, y Josías.

El curso entero de la historia de Israel y Judá está impregnado de la blasfemia a la palabra de Dios, la persecución, desdén, y homicidio a los profetas. Si se los juzga desde la historia, este debería ser llamado asesino desenfrenado de los profetas y enemigo de la palabra de Dios. Quienquiera que lea la Biblia no puede llegar a ninguna otra conclusión.

Como hemos dicho, Dios no instituyó la circuncisión ni aceptó a los judíos como su pueblo para que persiguieran, burlaran, y asesinaran su palabra y a sus profetas, y prestaran de esta manera un servicio a la justicia y a Dios. En cambio, como lo dice Moisés en las palabras referidas a la circuncisión en Génesis 17, fue hecho de manera tal que escucharan a Dios y su palabra; es decir, que lo dejaran ser su Dios. Aparte de esto, la circuncisión en sí misma no los ayudaría, ya que dejaría de ser entonces la circuncisión de Dios, pues no tendría Dios, enfrentándose a su palabra; se habría convertido meramente en un obrar humano. Pues él mismo se había ligado a la circuncisión, así como también había ligado su palabra. Allí dónde estas dos se separan, la circuncisión queda hecha una cáscara hueca o un caparazón vacío, desprovisto de fruta o semilla.

Lo que sigue es una situación análoga para nosotros cristianos: Dios nos dio el bautismo, el sacramento de su cuerpo y sangre, y las llaves para el propósito último y la causa final que escucháramos allí su palabra. Es decir, él procura ser nuestro Señor a través del bautismo, y de esa manera hemos de ser su pueblo. ¿Sin embargo, qué hicimos? Separamos la palabra y fe del sacramento (o sea, de Dios y su propósito último) y lo convertimos en un mero opus legis, un obrar legal, o como los papistas lo llaman, un opus operatum—meramente un obrar humano que los sacerdotes ofrecían a Dios y los laicos realizaban como un voto de obediencia, con la frecuencia con la que lo recibían. ¿Qué queda del sacramento? Sólo la cáscara vacía, una mera ceremonia, opus vanum, despojada de todo lo divino. Sí, es una abominación atroz en la que pervertimos la verdad de Dios transformándola en mentiras y rendimos culto al verdadero ternero de Aarón. Por lo tanto, Dios nos condujo a todo tipo de ceguera terrible e innumerables doctrinas apócrifas, y, además, permitió que Mohammed y el papa juntos, con todos los demonios, se abalanzaran sobre nosotros.

El pueblo de Israel sufrió de manera similar. Siempre divorciaron la circuncisión como un opus operatum, su propio trabajo, de la palabra de Dios, y persiguieron a todos los profetas a través de los cuales Dios quería hablar con ellos, según los términos en que la circuncisión estaba instituida. No obstante lo cual, sin descanso y con orgulloso hicieron alarde de ser el pueblo del Señor en virtud de su circuncisión. Por lo tanto, están en conflicto con Dios. Dios quiere que lo escuchen y observen lo que es una circuncisión apropiada y completa; pero ellos se rehúsan e insisten con que Dios respeta su trabajo, es decir, la mitad de una circuncisión en efecto, la cáscara de la circuncisión. Dios, por su parte, se niega a respetarla; y por lo tanto se alejan más y más, y es imposible reunirlos o reconciliarlos.

Ahora, ¿quién desea acusar a Dios de una injusticia? Decidme, cualquiera que sea sensato, si es adecuado que Dios considere los trabajos de quienes se rehúsan a escuchar su palabra, o si debiera él contemplarlos como su pueblo cuando ellos no quieren considerarlo como su Dios. Con toda justicia y razón, Dios diría, como lo declara el Salmo [Ps. 81:11 f.]: “Israel no me quiso obedecer. Los entregué, por tanto, a la dureza de su corazón; Caminaron según sus propios consejos.” Y en Deuteronomio 32:21, Moisés establece, “Ellos me movieron a celos con lo que no es Dios… Yo también los moveré a celos con un pueblo que no es pueblo.

De igual modo, entre nosotros cristianos, los papistas no pueden confundirse más con la iglesia. Ya que no permitirán que el Dios sea su Dios, pues se niegan a escuchar su palabra, y en cambio la persiguen terriblemente, y luego se aparecen con sus cáscaras vacías, barcias, y negaciones, mientras controlan a la multitud y practican sus ceremonias. Y se supone que Dios debe reconocerlos y contemplarlos como su verdadera iglesia, ignorando que ellos no lo consideran como su verdadero Dios, es decir, no quieren que les hable a través de sus predicadores. Su palabra debe considerarse herejía, el diablo, y cada demonio. Esto es lo que en efecto él hará, lo que con seguridad experimentarán, mucho peor que lo judíos.

Ahora bien, lo que podemos sacar de todo esto es que la circuncisión era muy útil y buena, como lo declara San Pablo—de hecho no por su propia cuenta, sino por cuenta de la palabra del Señor. Pues estamos convencidos, y ésta es la verdad, que los niños que fueron circuncidados en el octavo día se convirtieron en hijos de Dios, como las palabras lo manifiestan, “Seré tu Dios, y el de tu descendencia después de ti” [Gen. 17:7], ya que ellos recibieron la circuncisión perfecta y completa, la palabra con la señal, y no las separaron. Dios está presente, diciéndoles, “Seré tu Dios, y el de tu descendencia después de ti”; y esto completó la circuncisión en ellos. De igual modo, nuestros hijos reciben el completo, verdadero, e íntegro bautismo, la palabra con la señal, y no separan una de la otra; reciben la semilla en su cáscara. Dios está presente; él los bautiza y les habla, y de esta manera los salva.

Pero ahora que hemos envejecido, el papa se aparece y el diablo con él y nos enseña a convertirlo en un opus legis u opus operatum. Separa palabra y señal una de la otra, enseñándonos que estamos salvados por nuestra propia contrición, trabajo, y satisfacción. Compartimos la experiencia relatada por San Pedro en II Pedro 2:22: “El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno.” Así nuestro sacramento se ha convertido en un trabajo, y nosotros nos comemos otra vez nuestro vómito. De la misma manera, los judíos, en tanto envejecen, arruinan su válida circuncisión realizada en el octavo día, separan la palabra de la señal, y hacen de ella un trabajo humano y hasta desagradable. De esta manera perdieron a Dios y a su palabra y ya dejaron de entender las Escrituras.

 

 

Capítulo III

 

Dios realmente los enalteció mediante la circuncisión, dirigiéndose a ellos por sobre todas las demás naciones de la tierra y confiándoles su palabra. Y a fin de preservar su palabra entre ellos, les dio una nación especial; realizó grandes maravillas a través de ellos, ordenó reyes y sacerdotes, y disipó profetas que no sólo les reseñaban las mejores cosas concernientes al presente sino que también prometían al futuro Mesías, el Salvador del mundo. Fue por su bien que Dios concedió todo esto, ordenándoles que buscaran su llegada, que la esperaran con seguridad y sin tardanza. Pues Dios hizo todo esto sólo por su bien: por su bien Abraham fue llamado, la circuncisión instituida, y el pueblo así destacado de manera tal que el mundo supiera de qué pueblo, de qué país, en qué momento, sí, de qué tribu, familia, ciudad, y persona, él vendría, sino hubiera sido censurado por demonios y hombres en razón de haber venido de un rincón oscuro o de ancestros desconocidos. No, sus ancestros debían ser grandes patriarcas, excelentes reyes, y profetas sobresalientes, que fueran testigos de él.

Ya hemos señalado de qué manera los judíos, con algunas excepciones, consideraban tales promesas y a tales profetas. Nunca toleraron a ningún profeta, y siempre persiguieron la palabra de Dios y se negaron a escuchar a Dios. Este es el reclamo y lamento de todos los profetas. Y así como sus padres lo hicieron, también lo hacen hoy, no corregirán nunca sus costumbres. Si Isaías, Jeremías, u otro profeta caminaran entre ellos hoy y proclamara lo que proclamó en sus días, o declarara que la circuncisión que llevan a cabo hoy los judíos y la espera del Mesías es fútil, éste sería nuevamente muerto por sus manos de la misma manera que entonces. No le permitan, a él que está dotado de razón, decir nada del entendimiento cristiano, noten cuán arbitrariamente pervierten y tergiversan los libros de los profetas con sus malditos brillos, violando sus propias consciencias (sobre las cuales podamos quizás decir algo más tarde). Pues ahora que no pueden seguir apedreando o matando a los profetas físicamente o personalmente, los atormentan espiritualmente, mutilan, estrangulan, y maltratan sus hermosos versos de manera tal que el corazón humano resulta irritado y dolorido. Esto nos obliga a ver cómo, a causa de la ira de Dios, están completamente entregados a las manos del diablo. En suma, son un pueblo que asesina a los profetas; como no pueden seguir asesinando a los que viven, deben matar y atormentar a los que están muertos.

Posteriormente, después de haber azotado, crucificado, escupido, blasfemado, insultado a Dios en su palabra, como Isaías 8 profetiza, pretenciosamente repiten su circuncisión y otros vanos, blasfemos, e insignificantes trabajos. Se atreven a considerarse el pueblo elegido de Dios, a condenar al mundo entero, y suponen que su arrogancia y fanfarronería le agradará a Dios, que les dará a cambio un Mesías a elección y prescripción propia. Por lo tanto, querido Cristiano, mantente alerta frente a tan maldito, incorregible pueblo, del cual no puedes aprender a hacer otra cosa que a mentir sobre Dios y su palabra, a blasfemar, a tergiversar, a asesinar a los profetas, y despreciar arrogante y orgullosamente a toda la gente de la tierra. Aún si el Dios tuviera la intención de no tener en cuenta todos los demás pecados lo cual, por supuesto, es imposible no podría aceptar tal inefable orgullo. Pues él se hace llamar el Dios de los humildes, como declara Isaías 66:2: “Pero miraré a aquél que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.” He dicho suficiente con relación a la segunda falsa fanfarronería de los judíos, o sea, su falsa y fútil circuncisión, que no les fue de ayuda cuando Moisés y Jeremías los hicieron pensar acerca de sus corazones incircuncisos. Ya que por donde quiera que la palabra de Dios deje de estar presente, la circuncisión deja de tener validez.

En tercer lugar, son sumamente engreídos, porque Dios les habló e impartió la ley de Moisés en Monte Sinaí. He aquí el punto exacto, aquí Dios realmente tiene que dejarse torturar, aquí tiene que escuchar hasta el hartazgo sus canciones y loas por haberlos santificado con su santa ley, los eligió de entre otras naciones, y los guió para que dejaran Egipto. ¡Aquí a nosotros gentiles se nos desprecia, y somos nada comparados con el santo, elegido, noble, y sumamente elevado pueblo que posee la palabra de Dios! Declaran, como yo mismo oí: “¿De hecho, qué tienes para decir sobre esto—que Dios nos haya hablado personalmente en Monte Sinaí y que no lo haya hecho con ningún otro pueblo?”

No tenemos objeción alguna frente a este razonamiento, pues no podemos negarles esta gloria. Los libros de Moisés dan prueba de esto, y David, también, lo testifica, diciendo en Salmos 147:19: “Ha manifestado sus palabras a Jacob, sus estatutos y sus juicios a Israel.” Y en Salmos 103:7: “Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras.

Relatan que, en aquel momento, como símbolo de que habían contraído matrimonio con Dios, a través de la ley, los jefes del pueblo usaban coronas en Monte Sinaí, en señal de que se habían convertido en sus novias, y de que se habían casado, el uno con los otros.

Más tarde leemos de todos los profetas, cómo aparece Dios y habla con los niños de Israel, como un esposo a su esposa. De esto también resulta la peculiar adoración a Baal; pues “Baal” significa hombre de la casa, o señor de la casa, “Beulah” significa ama de casa. Este último ha sido recuperado por el vocablo alemán “Buhle”, como cuando se dice “My dear Buhle” [sweetheart—cariño], y “I must have a Buhle” [necesito un ama de casa]. Antiguamente era un término inofensivo, que designaba a una joven cortejada. Se decía que el pretendiente [buhlte] festejaba a la joven con intenciones de casarse. En la actualidad, la palabra ha asumido connotaciones diferentes.

Ahora los desafiamos a ustedes, Isaías, Jeremías, y a todos los profetas, y a quienquiera que se aparezca y sea lo suficientemente osado como para decir que, una nación tan noble con la cual el Señor mismo conversa y con la cual él mismo se casa a través de la ley, y con la cual él mismo se une como si fuera a una esposa, “no es el pueblo de Dios”.

Cualquiera que lo intentara, lo sé, haría el ridículo y fracasaría. A falta de cualquier otra arma, los morderían hasta despedazarlos por tratar de despojarlos de tal gloria, alabanza, y honor.

No puede ni expresarse ni entenderse la arrogancia obstinada, desenfrenada, incorregible de este pueblo, surgida de esta ventaja—que Dios mismo les habló.

Ningún profeta ha sido nunca capaz de alzar su voz en protesta, levantarse en su contra, ni siquiera Moisés. Pues en Números 16, Coré se alzó y aseveró que ellos eran todo un pueblo de Dios, y preguntó: ¿Por qué sólo Moisés podía ordenar y enseñar? Desde ese momento, la mayoría de ellos han sido genuinos coreítas; ha habido muy pocos verdaderos israelitas. Pues desde que Coré persiguió a Moisés, no han dejado vivo, o sin perseguir, a ningún profeta.

Entonces se supo que ellos eran una novia corrompida, sí, una prostituta incorregible y una libertina repugnante con la cual discutir, enfrentarse, y pelear.

Si los castigaba y los golpeaba con su palabra a través de los profetas, ellos lo contradecían, mataban a sus profetas, o, como un perro rabioso, mordían la vara con la cual eran golpeados. Así está declarado en Salmos 95:10: “Cuarenta años estuve disgustado con la nación, Y dije: ‘Es un pueblo de corazón extraviado, Y no han conocido mis caminos. ’

Y Moisés mismo dice en Deuteronomio 31:27: “Porque yo conozco tu rebelión, y tu dura cerviz; he aquí que aun viviendo yo con vosotros hoy, sois rebeldes a Jehová; ¿cuánto más después que yo haya muerto?” Y Isaías 48:4: “Por cuanto conozco que eres obstinado, y barra de hierro tu cerviz, y tu frente de bronce…

Y así sucesivamente; quien esté interesado puede leer más sobre esto. Los judíos están bien al tanto de que los profetas increparon a los hijos de Israel desde el principio hasta el final, como a un pueblo desobediente, malvado y como a la más despreciable prostituta; sin embargo, se jactaron enormemente de la ley de Moisés, o de la circuncisión, y de su ascendencia.

Pero puede objetarse: Con seguridad esto es dicho acerca de los judíos diabólicos, no acerca de los judíos píos de hoy día. Perfecto, por ahora me contentaré con que confesaran, como tienen que confesar, que los judíos diabólicos no pueden ser el pueblo de Dios, y que su linaje, circuncisión, y ley de Moisés no puede ayudarlos.

¿Por qué, entonces, todos, los más perversos así como los más píos, se jactan de la circuncisión, linaje, y ley?

Cuánto peor sea el judío, más arrogante es, sólo por ser judío—es decir, una persona que desciende de la semilla de Abraham, circunciso, y bajo la ley de Moisés. David y otros judíos píos no eran tan arrogantes como los judíos incorregibles de hoy en día. No importa cuán inicuos sean, presumen ser los señores más nobles frente a nosotros gentiles, sólo en virtud de su linaje y ley. No obstante la ley los increpa como a las prostitutas y a los idólatras más viles bajo el sol.

Además, si son judíos píos y no los judíos diabólicos, como los llaman los profetas, ¿cómo puede estar tan oculta su piedad que ni el propio Dios da cuenta de ella, ni tampoco ellos lo hacen?

Pues han, como dijimos, rezado, llorado, y sufrido por casi mil quinientos años, y aún así Dios se niega a escucharlos. Sabemos por la Escritura que Dios escuchará las plegarias o suspiros de los justos, dice el salmista [Sal.145:19]: “Cumplirá el deseo de los que le temen; Oirá asimismo el clamor de ellos.” Y Salmos 34:17: “Claman los justos, y Jehová oye.” Como lo prometió en Salmos 50:15: “Invócame en el día de la angustia; Te libraré.” Esto mismo puede encontrarse en muchos otros versos de la Escritura. Si no fuera por éstos, ¿quién rezaría o podría rezar?

En suma, él dice en el primer mandamiento que será su Dios. ¿Entonces, cómo se explica que no escuchará a estos judíos? Con seguridad tienen que ser los ruines, los idólatras, es decir, ningún pueblo de Dios, y su fanfarronería de linaje, circuncisión, y ley debe ser tomada como grosería. Si hubiera un sólo judío pío entre aquellos que lo observaron, él tendría que escuchar, porque Dios no puede permitir que sus santos oren en vano, como lo demuestra la Escritura con varios ejemplos.

Esta evidencia es concluyente para asegurar que ellos no pueden ser judíos píos, sino que tienen que ser la multitud del pueblo de idólatras y asesinos.

Dicha piedad está, como ya ha sido señalado, tan escondida entre ellos que ni ellos mismos pueden saber nada de la misma. ¿Cómo lo sabrá Dios entonces? Pues están llenos de malicia, avaricia, envidia, odio entre ellos mismos, orgullo, usura, pedantería, e insultos contra nosotros gentiles. Por lo tanto, el judío tendría que tener una visión muy aguda para reconocer a un judío piadoso, por no decir nada del hecho de que todos debieran de ser el pueblo de Dios como claman. Pues, seguramente esconden su piedad bajo sus manifiestos vicios; y aún así todos ellos, sin excepción, claman ser la sangre de Abraham, el pueblo de la circuncisión y de Moisés, es decir, la nación de Dios, comparados a ellos, los gentiles somos con seguridad puro hedor. Aún sabiendo que Dios no puede tolerar esto, ni siquiera lo toleró entre los ángeles, igual él escucharía y debe escuchar sus mentiras y blasfemias por el hecho de que son su pueblo en virtud de la ley que les ofreció, y porque conversó con sus antepasados en Monte Sinaí.

¿Por qué tendrían que decirse tantas cosas con respecto a esto? Si hacer alarde de que Dios habló con ellos y de que poseen su palabra o mandamiento fuera suficiente para que Dios los considerara su Pueblo, entonces los demonios en el infierno tendrían más derecho a ser el pueblo de Dios que los judíos, sí, que cualquier pueblo. Pues los demonios tienen la palabra de Dios y saben mejor que los judíos que hay un Dios que los creó, a quien están obligado a amar con todo su corazón, honorar, temer, y servir, cuyo nombre no se atreven a malversar, cuya palabra habrán de escuchar el día sagrado del sábado como así también el resto de la semana; saben que tienen prohibido matar o infligir mal a cualquier criatura. ¿Pero en que los beneficia saber y poseer el mandamiento de Dios?

Dejadlos hacer alarde de que esto los hace los ángeles propios, especiales, queridos de Dios, ¡en comparación a ellos otros ángeles son nada! Cuánto más dinero tendrían si no poseyeran el mandamiento de Dios o si lo ignoraran. Pues si no lo tuvieran, no estarían condenados. La razón de su condena es puntualmente que poseen su mandamiento y aún así no lo cumplen, sino que lo violan constantemente.

De la misma manera, asesinos y prostitutas, ladrones y ruines y todos los hombres malvados podrían hacer alarde de ser el pueblo sagrado, peculiar, ya que ellos, también, tienen su palabra y saben que deben temerle y obedecerle, amarlo y servirle, honorar su nombre, abstenerse de matar, cometer adulterio, y cualquier otro acto diabólico.

Si no tuvieran la palabra sagrada y verdadera de Dios, no podrían pecar. Pero como pecan y están condenados, es certero que tienen la palabra sagrada, verdadera de Dios, contra la cual pecan.

¡Dejadlos hacer alarde, como los judíos, de que Dios los ha santificado a través de su ley y elegido por encima de todos las demás hombres por ser un pueblo singular!

Es el mismo tipo de fanfarronería cuando los judíos hacen alarde en sus sinagogas, alabando y agradeciéndole a Dios por santificarlos a través de su ley y por enaltecerlos como a un pueblo especial, a pesar de que saben perfectamente bien que no están contemplando esta ley, que están llenos de vanidad, envidia, usura, avaricia, y todo tipo de malicia.

Los peores ofensores son aquellos que pretenden ser devotos y sagrados en sus plegarias. Son tan ciegos que, no sólo usurean sin mencionar los otros vicios sino que también enseñan que éste es un derecho que Dios les confirió a través de Moisés. Por eso, como en todas las otras cuestiones, difaman a Dios de lo más vilmente. Sin embargo, carecemos de tiempo para profundizar en esto ahora.

Pero, cuando declaran que aún sin ser santificados por los Diez Mandamientos (ya que todos los gentiles y demonios tienen el deber de cumplirlos, o si no están contaminados y condenados a causa de esto) todavía les quedan las otras leyes de Moisés, aparte de los Diez Mandamientos, que les fueron dados exclusivamente a ellos y no también a los gentiles, y mediante los cuales son santificados y destacados de todas las demás naciones—

¡O Señor, que excusa y pretexto tan débil, flojo, y vano es este! Si los Diez Mandamientos no han de ser obedecidos, a qué otra cosa apunta cumplir con las demás leyes más que a meros malabarismos y mascaradas, en efecto, a una verdadera parodia que toma a Dios por tonto.

Exactamente como si un cofrade inocuo, endemoniado entre nosotros se exhibiera en el traje del papa, cardenal, obispo, o cura, y observara todos los preceptos y las costumbres de estas personas, pero por debajo de este atuendo espiritual hubiera un demonio genuino, un lobo, un enemigo de la iglesia, un blasfemo que pisoteara a ambos, el evangelio y los Diez Mandamientos, con el pie y los insultara y maldijera. ¡Qué excelente santo sería ante los ojos de Dios!

O supongamos que en alguna parte una bella damisela se apareciera, adornada con una corona de flores, y observara todas las costumbres, deberes, comportamiento y disciplina de una virgen casta, pero que por debajo fuera una vil, envergonzante prostituta, violando los Diez Mandamientos. ¿Qué bien le haría su excelente obediencia para observar todos los deberes y costumbres de la condición social de una virgen por fuera? La ayudaría mucho—sería siete veces más hostil a ella que a una prostituta insolente, pública. Así pues Dios reprendió constantemente a los niños de Israel a través de los profetas, llamándolos “vil prostituta”; porque, bajo la apariencia y decoración de externas leyes y santidad, practicaron todo tipo de idolatría y maldad, como lo lamenta especialmente Oseas en el capítulo 2.

Es ciertamente elogiable cuando una beata, ya sea virgen o mujer, está vestida y adornada decentemente y con pulcritud, y en apariencia se conduce con modestia. Pero si es una prostituta, sus prendas, adornos, corona, y alhajas serían menos dignas de ella que de una cerda que se revuelca en el fango. Como lo dice Salomón [Prov. 11:22]: “Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa, pero falta de razón.

Es decir, es una prostituta. Por lo tanto, esta fanfarronería acerca de las leyes externas de Moisés, aparte de la obediencia a los Diez Mandamientos, debiera ser silenciada; en efecto, dicha fanfarronería hace a los judíos siete veces más indignos de ser el pueblo de Dios que los gentiles. Pues las leyes externas no fueron dadas para hacer de una nación el pueblo de Dios, sino para adornar y realzar al pueblo de Dios externamente. Así como los Diez Mandamientos no fueron dados de manera que se hiciera alarde de ellos y se menospreciara arrogantemente a todo el mundo por ellos, como si a través de ellos se fuera sagrado y el pueblo de Dios; en cambio fueron dados para ser observados, y esa obediencia a Dios debiera ser mostrada, como Moisés y todos los profetas muy seriamente enseñaron.

No obtendrá gloria aquél que posee los 10 mandamientos, como lo vimos en el caso de los demonios y hombres diabólicos, sino aquél que los cumpla. Aquél que los posee y no los cumple, debe sentirse avergonzado y aterrorizado, porque con seguridad será condenado por ellos.

Pero este tema es incomprensible para los ciegos y endurecidos judíos. Hablar con ellos de esto es lo mismo que predicarle el evangelio a una cerda. No saben cuál es verdaderamente el mandamiento de Dios, menos pueden saber cómo conservarlo. Después de todo, no pudieron escuchar a Moisés, ni mirarlo a la cara; él tuvo que cubrirlo con un velo. Este velo está allí hoy en día, pues todavía no pueden contemplar a Moisés a la cara, es decir, su doctrina, todavía está oculta para ellos [cf. II Cor. 3:13 ff.; Exod. 34:33 ff.].

De este modo no pudieron oír la palabra de Dios en el Monte Sinaí, cuando les habló, pero ellos se replegaron, diciéndole a Moisés: “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos” [Exod. 20:19]. Conocer el mandamiento de Dios y saber cómo conservarlo requiere de alto entendimiento profético.

Moisés estaba bien al tanto de eso cuando dijo en Éxodo 34 que: “Dios perdona pecado y que nadie está libre de culpas ante él, lo que quiere decir que nadie cumple su mandamiento pero que Dios perdona a aquél que peca.” Como David también testimonia en Salmos 32:1, “Bienaventurado aquel a quien es perdonada su transgresión… a quien Jehová no imputa iniquidad.” Y en el mismo salmo [cf. V. 6]: “Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado,” lo cual significa que, ningún santo cumple los mandamientos de Dios. Y si los santos no los cumplen, ¿cómo los cumplirán los pueblos endemoniados, descreídos, malvados?

Nuevamente leemos en Salmos 143:2: “Y no entres en juicio con tu siervo; Porque no se justificará delante de ti ningún ser humano.” Esto atestigua claramente que aún los siervos sagrados de Dios no están justificados ante él, a menos que él deje de lado su juicio y trate con ellos en su piedad; es decir, no cumplen sus mandamientos y necesitan que sus pecados sean perdonados.

Esto es merecedor de un Hombre que nos asistirá, que carga con nuestros pecados por nosotros, como Isaías 53:6 dice: “Jehová cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros.” En efecto, eso es entender verdaderamente la ley de Dios y su observancia—cuando sabemos, reconocemos, sí, y sentimos que la poseemos, pero no la cumplimos y no podemos cumplirla; que, en vistas de esto, somos pobres pecadores y culpables ante Dios; y que no es sólo de pura gracia y piedad que recibimos el perdón a dicha culpa y desobediencia a través del Hombre sobre el cual Dios depositó este pecado.

De esto hablamos nosotros cristianos y esto enseñamos, y de esto los profetas y apóstoles nos hablan y enseñan. Ellos son los únicos que fueron y aún son la novia y virgen casta de nuestro Señor; y aún así no hacen alarde de ninguna ley o santidad como lo hacen los judíos en sus sinagogas.

Ellos en cambio se lamentan de la ley y lloran por piedad y perdón por los pecados. Por otro lado, los judíos son tan sagrados como los frailes descalzos que poseen tal exceso de santidad que no pueden usarla para ayudar a otros a acercarse al cielo, y aún retienen una rica y abundante reserva para vender.

No tiene sentido hablarle a ninguno de ellos acerca de estos asuntos, pues su arrogancia ciega es tan sólida como una montaña de hierro. Ellos tienen razón; Dios está equivocado. Dejémoslos ir su camino, y permanezcamos con quienes rezan el Miserere, Salmos 51, es decir, con quienes saben y entienden qué es la ley, y qué significa cumplirla y no cumplirla.

Aprende de esto querido cristiano, ¿qué estás haciendo si permites que los ciegos judíos te lleven por el mal camino?. Entonces se aplicará el dicho con verdad, “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?” [cf. Lucas 6:39].

No puedes aprender nada de ellos excepto cómo malinterpretar los divinos mandamientos, y, a pesar de ello, fanfarronean arrogantemente contra los gentiles—quienes realmente son mucho mejores ante Dios que ellos, pues no tienen tal orgullo de santidad; y aún así, dan mayor cumplimiento a la ley que estos santos arrogantes y blasfemos y condenados mentirosos.

Por lo tanto, cuídate de los judíos, sabiendo que donde sea que tengan sus sinagogas, no se encuentra otra cosa que una guarida de demonios en la que se practican maliciosamente y sin escrúpulos el envanecimiento total de uno mismo, la pedantería, las mentiras, la blasfemia, y la difamación de Dios y los hombres. La ira de Dios los ha consignado a la presunción de que su fanfarronería, su arrogancia, su difamación contra el Señor, su insulto a todos los pueblos son una verdad y un gran servicio rendido al Señor—todo lo cual es muy pertinente y apropiado a sangre tan noble de los padres y santos circuncisos.

En esto creen a pesar de saber que están inmersos intencionalmente en vicios manifiestos, de la misma manera que los demonios. Y donde veas o escuches a un judío enseñando, recuerda que no estás escuchando otra cosa que a un basilisco venenoso que envenena y mata gente, gustoso de atraparla—Y no obstante, claman estar haciendo lo correcto. ¡Cuídate de ellos!

K4

En cuarto lugar, se enorgullecen de ellos mismos tremendamente por haber recibido la tierra de Canaan, la ciudad de Jerusalén, y el templo de Dios.

El Señor a menudo ha acallado tal fanfarronería y arrogancia, especialmente a través del rey de Babilonia que los condujo al cautiverio y destruyó todo (tal como lo hizo el rey de Asiria, que expulsó a todos los de Israel y arrasó con todo). Finalmente fueron exterminados y devastados por los romanos más de mil cuatrocientos años atrás,—de manera que, deben percibir muy bien que el Señor no contempló, ni contemplará, su país, ciudad, templo, sacerdocio, o principado, no los observa, ni observará, a causa de éstos como su propio pueblo especial.

Aún así, su cerviz de hierro, como la llama Isaías [Isa. 48:4] no se dobla, ni su dura frente de bronce se enrojece de vergüenza.

Permanecen completamente ciegos, inflexibles, estáticos, siempre esperando que Dios les devuelva su tierra natal y les restituya todo. Moisés les había informado en varias ocasiones,

Primero: que no estaban ocupando la tierra porque su rectitud excediera la de otros herejes pues eran un pueblo obstinado, malvado, desobediente y,

Segundo: que pronto serían expulsados de la tierra y perecerían si no cumplían los mandamientos de Dios.

Y cuando el Señor eligió la ciudad de Jerusalén agregó muy claramente en las escrituras de todos los profetas que destruiría completamente dicha ciudad de Jerusalén, su asiento y trono, si no cumplían con sus mandamientos. Además, cuando Salomón había construido el templo, se había sacrificado y había orado al Señor, el Señor le dijo (I Reyes 9:3), “Yo he oído tu oración y tu ruego… Yo he santificado esta casa,” etc.; pero luego agregó apenas más adelante: “Más si obstinadamente os apartáis de mí… y no guardáis mis mandamientos… yo cortaré a Israel de sobre la faz de la tierra que les he entregado; y esta casa que he santificado a mi nombre, yo la echaré de delante de mí, e Israel será por proverbio y refrán a todos los pueblos.

Con una total indiferencia hacia esto, se mantuvieron, y todavía se mantienen, firmes como una roca o como una imagen de piedra inerte, insistiendo en que el Señor les dio un país, ciudad, y templo, y que por lo tanto tienen que ser el pueblo o la iglesia de Dios.

No oyen ni ven que el Señor les dio todo esto de manera tal que cumplan con sus mandamientos, es decir, que lo consideren como su Dios, y así ser su pueblo e iglesia. Hacen alarde de su raza y descendencia de los padres, pero no ven ni prestan atención al hecho de que él eligió su raza para que cumpla los mandamientos.

Hacen alarde de su circuncisión; pero por qué son circuncisos es decir, porque deben cumplir los mandamientos de Dios no cuenta para nada. Son rápidos para fanfarronear de su ley, templo, culto, ciudad, tierra y gobierno; pero por qué poseen todo esto, no lo consideran.

El diablo con todos sus ángeles ha tomado posesión de este pueblo, y por eso siempre exaltan cosas externas, sus ofrendas, sus actos, sus obras ante el Señor que equivale a ofrecerle al Señor la cáscara hueca desprovista de fruta.

Esperan que el Señor aprecie estas cosas y en razón de ellas los acepte como su pueblo, y los exalte y bendiga por sobre todos los gentiles. Pero el hecho de que Él quiere que sus leyes sean contempladas y quiere ser honorado por ello como su Dios, esto ellos no lo quieren considerar. Así las palabras de Moisés se ven realizadas cuando dice que [Deut. 32:21] “el Señor no los considerará como su pueblo, puesto que ellos no lo consideran como su Dios.” Oseas 2 [cf. 1:9] expresa el mismo pensamiento.

De hecho, si el Señor no hubiera permitido que la ciudad de Jerusalén fuera destruida, y a ellos no los hubiera hecho echar de su país, y en cambio les hubiera permitido quedarse allí, nadie los hubiera podido convencer de que no son el pueblo de Dios, pues aún estarían en posesión del templo, ciudad y país, indiferentes de cuán bajos, desobedientes, y obstinados fueron. [No lo hubieran creído] aún si hubieran llovido profetas a diario y aún si mil Moiseses se hubieran levantado y gritado: “No sois el pueblo de Dios, porque sois desobedientes y os reveláis contra el Señor.” Por qué, aún hoy no pueden abstenerse de su absurda, insensata fanfarronería de que son el pueblo de Dios, aun habiendo sido expulsados, dispersados, y completamente rechazados por casi mil quinientos años.

Todavía tienen la esperanza de volver en virtud de sus propios méritos. Pero no tienen ninguna promesa con la cual consolarse a ellos mismos excepto aquella que agrega en la Escritura su falsa imaginación.

Nuestro apóstol San Pablo tenía razón cuando dijo de ellos que “tienen celo de Dios, pero no según el perfecto conocimiento,” etc. [Rom. 10:2]. Claman ser el pueblo de Dios en razón de sus actos, obras, demostraciones exteriores, y no por absoluta gracia y piedad, como todos los profetas y todos los hijos verdaderos de Dios tienen que serlo, como fue dicho.

Por lo tanto, están más allá de cualquier consejo o ayuda. Del mismo modo que nuestros papistas, obispos, monjes, y sacerdotes, junto con los que los suceden, quienes insisten con ser el pueblo de Dios y su iglesia; creen que el Señor debe estimarlos porque fueron bautizados, porque tienen el nombre, y porque manejan la batuta. Allí se irguen como una roca. Si cien mil apóstoles se aparecieran y dijeran: “No sois la iglesia por vuestro comportamiento o vuestras varias obras y servicios divinos, aunque hechos con vuestro mejor esfuerzo; no, debéis desistir de todo esto y adherir simplemente y únicamente a la gracia y piedad de Cristo, etc. Si no lo hacéis, seréis la prostituta del diablo o una escuela de ladinos y no la iglesia,” desearían asesinar, quemar en la hoguera, o desterrar a dichos apóstoles. En cuanto a creerles y abandonar sus propios mecanismos, de esto no hay esperanzas; no sucederá.

Los turcos siguieron el mismo patrón con su culto, como lo hacen todos los fanáticos. Judíos, turcos, papistas, los radicales abundan por todos lados. Todos ellos claman ser la iglesia y el pueblo de Dios de acuerdo con su arrogancia y pedantería, indiferentes de la singular verdadera fe y la obediencia a los mandamientos de Dios que son los únicos a través de los cuales los pueblos se convierten y permanecen hijos de Dios.

Incluso aunque no todos sigan el mismo curso, sino que uno elija este camino, otro aquél camino, resultando en una variedad de formas, no obstante todos tienen la misma intención y propósito último, es decir, mediante sus propios actos quieren lograr convertirse en el pueblo de Dios. Y así hacen alarde y se jactan de que son los únicos a los que el Señor estimará. Son los zorros de Sansón atados cola a cola pero cuyas cabezas se vuelven en direcciones diferentes [cf. Judg. 15:4].

Pero como lo señalamos anteriormente, eso va más allá del entendimiento de los judíos, así como el de los turcos y papistas. Como dice San Pablo en [I Corintios], “Pero el hombre natural no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque se han de discernir espiritualmente” [I Cor. 2:14]. Así las palabras de Isaías 6:9 se convierten en realidad: “Oíd bien, pero no entendáis; ved por cierto, más no comprendáis.” Pues ellos no saben lo que escuchan, ven, dicen, o hacen. Y aún así no aceptan que son ciegos y sordos.

 

 

CAPITULO IV

Lo dicho será suficiente acerca de la falsa fanfarronería y orgullo de los judíos, quienes harían que Dios los considere como su pueblo con absolutas mentiras. Ahora hemos llegado al asunto principal, el pedido por el Mesías que éstos le hacen a Dios. Aquí finalmente se muestran a sí mismos como verdaderos santos y devotos hijos.

Ciertamente no desean ser considerados como mentirosos y blasfemos en este punto sino profetas confiables, asegurando que el Mesías no ha llegado aún pero que no obstante llegará. ¿Quién hará que entren en razón en cuanto a este error o malentendido? Aun si todos los ángeles y el propio Dios declararan públicamente en Monte Sinaí o en el templo de Jerusalén que el Mesías ha llegado ya hace mucho tiempo y que no ha de ser esperado, Dios y todos los ángeles no podrían ser considerados más que demonios.

Tan convencidos están estos sagrados y confiables profetas de que el Mesías no ha llegado aún pero que no obstante llegará. Tampoco nos escucharán. Se convirtieron en un oído sordo para con nosotros en el pasado y no han dejado de serlo, a pesar de que varios excelentes eruditos, incluyendo algunos de su propia raza, los han refutado tan a fondo que hasta la piedra y la madera, si dotadas de una partícula de razón, tendrían que rendirse. Aún así despotrican a sabiendas contra la verdad aceptada. Sus rabinos malditos, que de hecho saben mejor, envenenan desenfrenados las mentes de sus pobres jóvenes y la del hombre común y los desvían de la verdad. Pues creo que si éstos escritos fueran leídos por el hombre común y por los jóvenes, lapidarían a todos sus rabinos y los odiarían más violentamente de lo que nos odian a nosotros cristianos. Pero estos villanos impiden que se fijen en nuestras sinceras opiniones.

Si yo no hubiera adquirido experiencia con mis papistas, me resultaría increíble que la tierra abrigara gente tan vil que a sabiendas desafiara la manifiesta y pura verdad, o sea, a Dios mismo. Pues nunca imaginé encontrar en ningún pecho humano mentes tan endurecidas, sino sólo en el del diablo. Sin embargo ya dejó de asombrarme la ceguera, terquedad, y malicia de los turcos o los judíos, ya que he tenido que ser testigo de lo mismo en los más sagrados padres de la iglesia, en papas, cardenales, y obispos. ¡Oh tú terrible ira e incomprensible juicio de la sublime Majestad Divina! ¿Cómo puedes ser menospreciado de tal forma por los hijos de hombres ante los cuales no temblamos de miedo ante Ti? Que espectáculo insoportable dais, también ante los corazones de los hombres más sagrados, como lo observamos en lo escrito por Moisés y los profetas. Aun así estos corazones de piedra y almas de hierro se burlan de ti tan desafiantemente.

Sin embargo, aunque tal vez hayamos insistido en vano sobre el tema de los judíos ya que dije anteriormente que no deseo polemizar con ellos queremos no obstante discutir entre nosotros su absurdo desatino, a fin de fortalecer nuestra fe y advertir a los cristianos débiles acerca de los judíos, y, principalmente, en honor a Dios, para probar que nuestra fe es verdadera y que ellos están completamente equivocados con respecto al Mesías.

Nosotros cristianos tenemos nuestro Nuevo Testamento que nos proporciona un testimonio fidedigno y adecuado acerca del Mesías. Que los judíos no lo crean no es de nuestro interés; creemos aún menos en sus malditos brillos. Los dejamos seguir su camino y esperar al Mesías. Su descreimiento no nos lastima; pero en lo concerniente a la ayuda que le proporciona y hasta hoy les ha proporcionado, deberían preguntarse acerca de su interminable exilio. Eso, en práctica, nos dará la respuesta. Dejadlo a aquél que no nos siga, rezagarse. Se comportan como si fueran de gran importancia para nosotros. Sólo para irritarnos, corrompen los dichos de la Escritura.

No deseamos o requerimos en lo absoluto su conversión ya que ninguna ventaja, provecho, o ayuda se nos otorga de la misma. Todo lo que hacemos en lo concerniente a esto deriva en cambio del interés por su bienestar. Si no les interesa pueden ignorarlo; estamos disculpados y fácilmente podemos prescindir de ellos, junto con todo lo que son, todo lo que tienen, y todo lo que pueden hacer por la salvación. Tenemos un mejor conocimiento de la Escritura, gracias a Dios; de esto estamos seguros, y de esto ningún demonio nos privará nunca, mucho menos los miserables judíos.

Primero deseamos presentar el verso que se halla en Génesis 49:10: “No será quitado el cetro de Judá… Hasta que venga Siloh; Y a él se congregarán los pueblos.” Este dicho del sagrado patriarca Jacob, recitado apenas antes de morir, fue hasta el día de hoy objeto de una variedad de torturas y crucifixiones por parte de judíos modernos, extraños, en violación a su propia consciencia. Ya que ellos se dan cuenta completamente de que su tergiversación y distorsión no es otra cosa que un daño desenfrenado. Sus brillos me recuerdan perfectamente de las arpías diabólicas, obstinadas que vociferantemente contradicen a su esposo e insisten en quedarse con la última palabra, sabiendo que están equivocadas. De la misma manera también esta gente enceguecida supone que basta con ladrar y parlotear en contra del texto y su significado verdadero. Son enteramente indiferentes ante hecho de que están mintiendo descaradamente. Creo que los haría más felices que este verso no hubiera sido escrito jamás en vez de tener que cambiar de idea. Este verso les causa un dolor intenso, y no pueden ignorarlo.

Los antiguos judíos, los verdaderos, entendieron este verso correctamente, tal como nosotros cristianos lo hacemos, es decir, entendieron que el gobierno o cetro debería permanecer con la tribu de Judá hasta el advenimiento del Mesías; entonces “a él se congregarán los pueblos,” a él adherirán. Es decir, el cetro no habría limitarse a la tribu de Judá, sino que, como lo explicaron más tarde los profetas, habría de integrar todos los pueblos que habitaran la tierra en el tiempo del Mesías. No obstante, hasta su aparición, el cetro habría de permanecer en un pequeño rincón, Judá. Esta, he dicho, es la lectura de los profetas y de los antiguos judíos; no pueden negarlo. Ya que su Biblia Caldea, que tienen el atrevimiento de considerarla tan insignificante como la propia Biblia Hebrea, también lo muestra claramente.

La traducción es la siguiente: “El shultan no será expulsado de la casa de Judá, tampoco el saphra será alejado de los hijos de sus hijos por la eternidad hasta la llegada del Mesías, a quien pertenece el reino, y a quién los pueblos obedecerán.” Esta es una traducción transparente y fiel del texto caldeo, lo cual no puede ser negado por judío o demonio alguno.

Para el término shebet [“cetro”] utilizado por Moisés, usamos Zepter en alemán, mientras que el traductor caldeo elige la palabra shultan.

Expliquemos estos términos. La palabra hebrea shebet se utiliza para designar una virga; no es exactamente una vara en el sentido más común, ya que este término sugiere a los alemanes la idea de una varilla de madera con la que se castiga a los niños. No es tampoco el elemento usado por los inválidos y los ancianos para caminar. Designa el martillo sostenido verticalmente, tal como el que sostienen los jueces cuando se desenvuelve en su capacidad oficial. A medida que el lujo fue acrecentándose en el mundo, este martillo se hizo de plata o de oro. Ahora es llamado cetro, es decir, vara real. Skeptron es un término griego, pero ahora ha sido tomado por la lengua alemana. En su primer libro, Homero describe al Rey Aquiles señalando que tiene una vara de madera adornada con pequeños clavos de plata. Este relato nos da la pauta de cómo eran los cetros originalmente y de que con el correr de los años, terminaron por ser hechos enteramente de plata y oro. En suma, es la vara, ya sea de plata, madera, u oro, usada por el rey o su representante. No simboliza otra cosa que barbarismo o reinado. Nadie cuestiona esto.

Para dejarlo bien en claro: el traductor caldeo no usa la palabra shebet, martillo, o cetro; sino que la sustituye refiriendo a la persona que posee esta vara, diciendo shultan, indicando que un príncipe, señor, o rey no ha de partir de la casa de Judá; habrá de existir un sultán en la casa de Judá hasta la llegada del Mesías.

“Sultán” es también un término hebreo, y una palabra que nosotros cristianos conocemos muy bien, ya que le hemos hecho la guerra por más de seiscientos años al sultán de Egipto, y hemos obtenido muy pocas recompensas. Pues los sarracenos llaman a su rey o príncipe “sultán,” ya sea señor o monarca o soberano. De este término deriva la palabra hebrea schilt, que se ha convertido en una palabra íntegramente alemana (Schild [“escudo”]).

Es como si se quisiera decir que un príncipe o señor debe ser el escudo, protección, y defensa de sus súbditos si ha de ser un verdadero juez, sultán, o señor, etc. Algunos intentan hallar también el origen del término Schultheiss [“alcalde”] en la palabra “sultán”; no profundizaré en esto.

Saphra es lo mismo que en hebreo sopher (pues el caldeo y el hebreo están estrechamente relacionados, en efecto son casi idénticos, tal como los sajones y los suabos ambos hablan alemán, pero sin embargo existe una gran diferencia). La palabra sopher es comúnmente traducida al alemán como Kanzler [“canciller,” magistrado supremo]. Todos, inclusive los burgaleses, traducen la palabra saphra como scriba o escriba. Estos son llamados escribas en el Evangelio. No son escribas ordinarios que escriben por dinero o sin autoridad oficial. Son sabios, grandes monarcas, doctores y profesores, que enseñan, establecen, y preservan la ley en el estado. Supongo que abarca a cancilleres, parlamentarios, concejales, y todos los que por sabiduría y justicia ayudan a gobernar. Esto es lo que Moisés desea expresar con la palabra mehoqeq, que designa a quien enseña, codifica, y ejecuta los mandamientos y decretos. Entre los sarracenos, por ejemplo, los escribas o secretarios del sultán, sus doctores, maestros, y estudiosos, son quienes instruyen, interpretan, y preservan el Corán como la ley de esas tierras. En el papado, los escribas del papa o saphra son los canonistas o los indoctos que enseñan y preservan sus decretos y leyes. En el imperio los doctores legum, los juristas seculares, son los saphra del emperador o escribas que enseñan, administran, y preservan las leyes del imperio.

De la misma manera, Judá también tenía escribas que instruían y preservaban la ley de Moisés, que era la ley de esas tierras. Por consiguiente, hemos traducido la palabra mehoqeq como “legislador,” es decir, doctor, maestro, etc. Por lo tanto este pasaje, “El mehoqeq, o sea, legislador de entre sus pies,” significa que maestros y oyentes que se sientan a sus pies permanecerán como un gobierno ordenado. Pues todos los estados, si han de perdurar, deben tener estas dos cosas: poder y ley. Los estados, como reza el dicho, deben tener un señor, una cabeza, un monarca. Pero deben también tener ley con la cual guiar al monarca. Son el martillo y el mehoqeq, o sultán y saphra. Salomón también lo indica, pues al haber recibido la vara, es decir, el reino, pidió sabiduría a fin de poder gobernar a la gente con justicia (I Reyes 3). Pues siempre que prevalezca un poder total sin ley, donde el sultán es guiado por su propia voluntad y no por su deber, no hay gobierno sino tiranía, semejante a aquella de Nerón, Calígula, Dionisio, Henry de Brunswick, y otros. Estado tal no ha de durar mucho. Por otro lado, donde hay ley y no hay poder para hacerla obedecer, se hará a la voluntad de la barbarie, a lo que ningún gobierno sobrevive tampoco. Por tanto, ambos deben estar presentes: ley y poder, sultán y saphra, para complementarse sí.

Así el concilio que se reunía en Jerusalén y que habría de venir de la tribu de Judá era el saphra; los judíos los llamaban el Sanedrín Herodes, un extranjero, un edomita, se deshizo de esto, y se convirtió él mismo en sultán y saphra simultáneamente, juez y mehoqeq en la casa de Judá, señor y escriba. Luego lo dicho por el patriarca acerca de que Judá no conservaría el gobierno o el saphra comenzaron a cumplirse. Era el momento de que llegara el Mesías y ocupara su reino y se sentara en el trono de David para siempre, tal como lo profetiza Isaías 9:6. Por lo tanto pasemos a estudiar este dicho del patriarca.

“Judá,” declara, “te alabarán tus hermanos,” etc. [Gen. 49:8]. Esto, según me parece, no requiere ningún comentario; deja lo suficientemente en claro que la tribu de Judá será honorada por encima de todos sus hermanos. El texto continúa: “Tu mano en la cerviz de tus enemigos,” etc. Este pasaje también deja bien en claro que la famosa y destacada tribu de Judá podrá encontrar enemigos y oposición, pero que todo terminará con su éxito y victoria. Continuamos: “Los hijos de tu padre se inclinarán a ti,” etc. Nuevamente queda claro que no se refiere al cautiverio sino al mandato sobre sus hermanos, todo lo cual fue llevado a cabo por David. Pero la tribu de Judá a través de David no sólo se convirtió en señor de sus hermanos; sino que también difundió su ley, como un león, forzando a la sumisión a otras naciones; por ejemplo a los filisteos, a los sirios, a los moabitas, a los amonitas, a los edomitas.

Esto es lo que él alaba con sus bellas palabras [Gen. 49:9]: “Cachorro de león, Judá; De la presa subsiste, hijo mío. Se encorvó, se echó como león, Así como león viejo: ¿quién lo despertará?” Es decir, Judá estaba entronizado y estableció un reino al que nadie podía vencer, a pesar de los intentos frecuentes y tenaces de las naciones aledañas.

De acuerdo, hasta este punto el patriarca ha, en la tribu de Judá, establecido, ordenado, y confirmado el reino, el sultán, la vara, el saphra. Allí Judá, el sultán, está entronizado por su ley. ¿Qué ha de pasar ahora? Él dice esto: Habrá de permanecer así hasta que llegue el Mesías; es decir, varios se opondrán a él, tentados a derrocar y destruir el reino y simplemente hacerlo desaparecer de la tierra. Las historias de los reyes y los profetas dan testimonio suficiente de que todas las naciones gentiles procuraron lograrlo siempre seriamente. Y el propio patriarca declara, como ya le hemos oído decir, que Judá ha de tener sus enemigos. Pues tal es el curso de los eventos en el mundo, que dondequiera que un reino o principado escale a una posición de poder, la envidia no descansará hasta que destruirlo. La historia íntegra ilustra esto con numerosos ejemplos.

No obstante, en este caso el Espíritu Santo manifiesta: Este reino en la tribu de Judá es mío, y nadie me lo quitará, sin importar lo furioso o poderoso que sea, ni siquiera si lo intentaran las puertas del infierno. Las palabras aún probarán la verdad: Non auferetur, “No me lo quitarán.” Ustedes demonios y gentiles dirán: Auferetur, le pondremos un fin, lo devoraremos, lo acallaremos, como Salmos 74 lamenta. Pero permanecerá sin ser devorado, ni devastado. “El shebet o sultán no dejará la casa de Judá, ni el saphra a los hijos de sus hijos,” hasta que shiloh o el Mesías llegue—sin importar cuánto todos vosotros gritéis y rabiéis.

Y cuando llegue, el reino se tornará muy diferente y todavía mucho más glorioso. Pues como no toleraríais a la tribu de Judá en una esquina pequeña, restringida, la transformaré en un león verdaderamente fuerte que se convertirá en el sultán y saphra de todo el mundo. Lo haré de manera tal que no le será necesario desenvainar la espada ni derramar gota de sangre alguna, sino que las naciones se someterán a él ellas mismas voluntaria y felizmente y le obedecerán. Este será su reino. Pues, después de todo, el reino y todas las cosas son suyas.

Acercaos al texto, caldeos y hebreos, a través de este razonamiento y este pensar, y les apuesto que vuestro corazón y las cartas con seguridad les dirán: ¡Por Dios! ésta es la verdad, esto es lo que el patriarca quiso decir. Y luego consultad las historias y de este modo podréis estar seguros acerca de si esto no ha pasado y no ha de pasar de esta manera y no continuará siendo así. Nuevamente os veréis obligados a decir: verdaderamente es así. Pues es innegable que el sultán y el saphra permanecieron con la tribu de Judá hasta el tiempo de Herodes, a pesar de que por momentos se debilitaran y no fueran conservados sin la oposición de enemigos fuertes. No obstante lo cual, fue preservado. Bajo Herodes y con posterioridad a Herodes, sin embargo, se hizo ruinas y llegó a su fin. Fue destruido completamente, incluso Jerusalén, una vez aniquilado el trono de la tribu de Judá, y la tierra de Canaan. Así, lo que fue dicho en el verso acerca de que el sultán se iría y llegaría el Mesías, se hizo realidad.

Carezco del tiempo ahora para demostrar qué rico es este verso y cómo los profetas quitaron tanta información acerca de la caída de los judíos y la elección de los gentiles, acerca de lo cual los judíos contemporáneos y bastardos no conocen nada en absoluto. Pero hemos visto clara y convincentemente en este verso que el Mesías debía venir en el tiempo de Herodes. La alternativa sería decir que Dios no cumplió con su promesa y, consecuentemente, mintió. Nadie se atrevería a hacerlo excepto el maldito diablo y sus servidores, los falsos bastardos, los nuevos judíos.

Lo hacen incesantemente. A sus ojos Dios debe de ser un mentiroso. Claman estar en lo correcto al afirmar que el Mesías aún no ha llegado, a pesar del hecho de que Dios manifestó en palabras muy claras que el Mesías vendría antes de que el cetro fuera quitado definitivamente de Judá. Y este cetro ha perdido a Judá hace ahora casi mil quinientos años. Las claras palabras del Señor responden a esto, así como el visible efecto y cumplimiento de las mismas.

¿Qué esperáis conseguir al entablar una extensa disputa sobre esto con un judío obstinado? Es como si quisierais conversar con un insano mental y probarle que Dios creó el cielo y la tierra, según fuera escrito en Génesis 1, señalándole el cielo y la tierra con vuestras manos, y él no obstante balbucearía que no son el cielo y la tierra mencionados en Génesis 1, o que no son el cielo y la tierra en lo absoluto, sino que se llaman de otra manera, etc. Pues este verso, “No será quitado el cetro de Judá,” etc., es tan claro como el verso, “Creó Dios los cielos y la tierra.” Y el hecho de que este cetro ha sido quitado de Judá desde hace ya casi mil quinientos años, es tan evidente y manifiesto como que el cielo y la tierra existen, de manera que se puede percibir fácilmente que los judíos no están simplemente equivocados o engañados, sino que están maliciosa e intencionalmente negando y blasfemando la verdad reconocida en violación a su conciencia.

Nadie sería capaz de considerar que valga la pena desperdiciar una sola palabra en una persona como éstas, aun si fuera acerca de Markolf el sinsonte, mucho menos si se trata de elevadas palabras y obras divinas como a las que nos referimos.

Pero si alguno está tentado a disgustarse conmigo, serviré sus propósitos y le entregaré un glosario de los judíos en este texto. En primer lugar les presentaré a aquellos que no rechazan este texto sino que, por el contrario, adhieren al mismo, particularmente me refiero a la versión caldea, a la cual ningún judío sensato puede oponerse. Estos la tergiversan y distorsionan del siguiente modo: A ciencia cierta, dicen, la promesa de Dios es segura; pero nuestros pecados previenen que la promesa sea cumplida. Por lo tanto, seguimos a la espera de que lo sea cuando nuestros pecados sean reparados, etc.

¿No es este una excusa vacía, hasta blasfematoria? ¡Como si la promesa de Dios dependiera de nuestra rectitud, o dejara de ser válida por nuestros pecados! Equivale a decir que Dios tendría que convertirse en un mentiroso por nuestro pecado, y a la inversa, que tendría que volverse sincero nuevamente en razón de nuestra rectitud. ¿Cómo puede alguien hablar tan vergonzosamente acerca de Dios como para implicar que se balancea fácilmente hacia delante y hacia atrás según si nos caemos o si nos mantenemos erguidos, cual lengüeta en su vibración?

Si Dios no fuera a prometer o a cumplir una promesa hasta que nos liberáramos de nuestros pecados, hubiera sido incapaz de prometer o hacer nada desde el principio. Como dice David en Salmos 130:3: “Jah, si miras a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse en pie?” Y en Salmos 102 [143:2]: “No entres en juicio con tu ciervo; porque no se justificará delante de ti ningún ser humano.” Y existen varios versos más como estos. El ejemplo de los hijos de Israel puede ser citado aquí. Dios los guió hacia la tierra de Canaan no por su rectitud, de hecho, eran grandes pecadores y desvergonzados, sino exclusivamente en cumplimiento de su promesa. En Deuteronomio 9:5 Moisés dice: “No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón entras a poseer la tierra de ellos (a mi parecer debe ser de hecho denominado pecado), sino por la impiedad de estas naciones Jehová tu Dios las arroja de delante de ti, y para confirmar la palabra que Jehová juró a tus padres,” etc. A fin de dar el ejemplo, a menudo quiso exterminarlos, pero Moisés intervino a favor de ellos. Muy poco se basó la promesa de Dios en su santidad.

Es cierto que, siempre que Dios promete algo con condiciones, o con reservas, diciendo: “Si haces aquello, haré esto,” entonces el cumplimiento depende de nuestra acción; por ejemplo cuando le manifestó a Salomón [I Reyes 9], “Si tú andas delante de mí guardando mis estatutos y mis decretos, yo afirmaré el trono de tu reino sobre Israel para siempre, mas si os apartáis, yo cortaré a Israel de sobre la faz de la tierra que les he entregado.

Sin embargo, la promesa de que el Mesías llegaría no tiene condiciones. Ya que Él no dice: “Si has de hacer esto o aquello, el Mesías vendrá; si no lo haces, él no vendrá.” En cambio, promete su llegada incondicionalmente, diciendo: “El Mesías llegará cuando el cetro haya partido de Judá.” Una promesa como tal está basada únicamente en la verdad y la gracia divina, que ignora y se despreocupa de nuestras acciones. Esto hace del engaño de los judíos algo tonto y, además, muy blasfematorio.

Los otros que se alejan de este texto someten a casi todas las palabras de éste a severas y violentas tergiversaciones. Realmente no merecen que su necedad y su grosería sean escuchadas; aun así, a fines de exponer su ignominia debemos ejercer un poco de paciencia y escuchar también sus tonterías. Pues como parten de un sentido claro del texto, ya están condenados por su propia conciencia, la cual les impediría respetar el texto; pero para disgustarnos, conjuran las palabras hebreas ante nuestros ojos, como si no estuviésemos familiarizados con el texto caldeo.

Algunos se envuelven aquí en fantasías y dicen que Siloh se refiere a la ciudad que lleva este mismo nombre, donde permanecía guardado el arca del pacto (Jueces 21 [cf. I Sam. 4:3]), lo que significaría que el cetro no sería quitado de Judá hasta que Siloh llegara, es decir, hasta que Saúl fuera ungido rey de Siloh. Son con seguridad estúpidas habladurías. Con anterioridad al Rey Saúl no sólo Judá no tenía cetro, sino todo Israel. ¿Cómo, entonces, pudo haber partido cuando Saúl se convirtió en rey?

El texto declara que Judá primero había sido señor por encima de sus hermanos y que luego se convirtió en un león, y por lo tanto recibió el cetro. De la misma manera, antes de Saúl ningún juez había sido señor o príncipe del pueblo de Israel, según se infiere de lo le fuera dicho por Gedeón al pueblo en respuesta a su deseo de que Gedeón y sus descendientes los gobernaran: “No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará: Jehová señoreará sobre vosotros” (Jueces 7 [8:23]). Ni tampoco había un juez en la tribu de Judá, excepto quizá por Otoniel [Jueces 3:9], el sucesor inmediato de José.

Todos los otros hasta Saúl pertenecían a otras tribus. Y a pesar de que Otoniel es llamado el hermano menor de Caleb, esto no prueba que él fuera de la tribu de Judá, ya que pudo haber sido hijo de otro padre. Y no tiene sentido que Siloh aquí, haga referencia a una ciudad o a la coronación de Saúl en Siloh, ya que Saúl fue ungido rey por Samuel en Ramath (I Samuel 10) y confirmado en Gilgal.

De cualquier modo, ¿cuál es el significado del texto caldeo que dice que el reino pertenece a Siloh y que las naciones deben someterse a él?, ¿cuándo le fue otorgado a la ciudad de Siloh o a Saúl un honor tal? Israel es una nación, no varias, con un cuerpo de leyes, un culto divino, un nombre.

Existen varias naciones, no obstante, que poseen diferentes y varias leyes, nombres, y dioses. Ahora Jacob declara que no es la nación de Israel que ya era suya o estaba bajo el cetro de Judá sino otras naciones las que caería en manos de Siloh. Por lo tanto, estas tontas habladurías no reflejan otra cosa que la obstinación desmedida de los judíos que no se someterán a este dicho de Jacob, a pesar de ser condenados por su propia conciencia.

Otros se permiten fantasear con que Siloh se refiere al Rey Jeroboam, coronado en Siloh, y a quien se habían unido diez tribus de Israel luego de desertar de Rehoboam, el rey de Judá (I Reyes 12). Por lo tanto, dicen, Jacob se refería a esto: No será quitado el cetro, no de Judá, hasta que Siloh, o sea Jeroboam, llegue. Esta interpretación es tan necia como la otra; pues Jeroboam no fue coronado en Siloh sino en Shechem (I Reyes 12). Por lo tanto, el cetro no partió de Judá, sino que el reino de Judá permaneció, junto con la tribu de Benjamín y varios de los niños de Israel quienes moraron en las ciudades de estas dos tribus, como lo oímos de I Reyes 12.

Asimismo, el sacerdocio entero, culto, templo, y todo lo demás permaneció en Judá. Además Jeroboam nunca conquistó el reino de Judá, ni tampoco ninguna otra nación, pues habrían de caer en manos de Siloh.

El tercer grupo dice así: “Siloh significa ‘enviado’, y este término se refiere a Nabucodonosor de Babilonia.” Por lo tanto quiere decir que no será quitado el cetro de Judá hasta que Siloh, o sea, el rey de Babilonia, llegue. Habría de guiar a Judá al exilio y destruirlo. Esto tampoco parece atinado, y un niño aprendiendo sus cartas puede rebatirlo. Pues Siloh y shiloch son dos palabras diferentes. Esta última podrá significar “enviado.” Pero no es la palabra que hallamos aquí; Siloh es la palabra, y ésta, como el caldeo dice, significa Mesías.

Pero el rey de Babilonia no es el Mesías que ha de venir de Judá, como los judíos y el mundo entero lo sabe muy bien. Ni el cetro fue quitado de Judá a pesar de que los judíos permanecieron en cautiverio en Babilonia. Fue sólo un castigo de setenta años. También durante estos años grandes profetas Jeremías, Daniel Ezequiel aparecieron y fueron quienes protegieron el cetro y dijeron cuánto duraría el exilio. Además Jehoiachin, rey de Judá, era tomado por rey en Babilonia. Y varios de los que habían sido expulsados al cautiverio regresaron a casa mientras él vivía (Hageo 2).

Esto no debe ser visto como la pérdida del cetro, sino como un azote de luz. Aun siendo privados de su país por un tiempo como una medida de castigo, Dios no obstante les ofreció su preciosa palabra para que estuvieran seguros de que podrían permanecer en su tierra. Pero durante los últimos mil quinientos años ni siquiera un perro, mucho menos un profeta, tuvo asegurada la tierra. Por lo tanto, ahora el cetro ha sido definitivamente quitado de Judá. He escrito más acerca de esto en contra de los Sabatarianos.

El cuarto grupo tergiversa la palabra shebet, interpretando que la vara no será quitada de Judá hasta que Siloh, o sea su hijo, llegue, y él será quien debilitará a los gentiles. Estos consideran que la vara es el castigo en el que hoy viven. Pero el Mesías llegará y asesinará a todos los gentiles. Esto es mentira. Hace caso omiso del texto caldeo completamente, algo que desearían hacer pero no se atreven, y es una interpretación completamente arbitraria de la palabra shebet. Pasan por alto las palabras precedentes en las que Jacob convierte a Judá en un príncipe y león o rey, agregando inmediatamente después que el cetro, o shebet, no será quitado de Judá.

¿Cómo un significado tan poco feliz acerca del castigo pudo acechar tan de cerca tan gloriosas palabras sobre el principado o reino?

Primero tendrían que haber sido revelados los pecados que originaron tal castigo. Pero todo lo que hayamos mencionado aquí son loas, honor, y gloria a la tribu de Judá.

Y aun si la palabra shebet designara un látigo usado para castigar, ¿cómo los ayudaría esto? Pues el martillo del juez o el látigo del rey es también una vara para castigar a los criminales. De hecho, el látigo del castigo no puede ser otra cosa que la vara del juez o sultán, ya que el derecho a impartir castigos pertenece sólo a la autoridad (Deuteronomio 32): Mihi vindicatam, “La venganza es mía.” De cualquier modo, este significado queda intacto que el cetro o vara no será quitado de Judá aún si éste es el látigo del castigo.

Pero esta interpretación arbitraria de los rabinos apunta a una vara extranjera que no descansa en las manos de Judá sino sobre su espalda y es empuñada por una mano extranjera. Aun si este significado fuera posible, que no lo es, ¿qué haríamos con el otro pasaje que habla del saphra o mehoqeq a sus pies? Tendría que ser entonces también el mehoqeq de un rey extranjero y los pies de una nación extranjera.

Pero como Jacob declara que ha de ser Judá y el mehoqeq de entre sus pies, el otro término, la vara, debe también representar el corpus de reglas de su tribu.

 

 

CAPITULO V

Algunos tergiversan la palabra donec (“hasta”) e intentan convertirla en “porque” (quía). Entonces leen: “No será quitado el cetro de Judá donec; o sea, porque (quía) el Mesías vendrá.” Aquel que ha perpetuado esto es un experto, merece ser coronado con cardos. Invierte el orden correcto de las cosas de esta manera: El Mesías vendrá, por lo tanto el cetro no será quitado de Judá.

Jacob, no obstante, primero convierte a Judá en príncipe y león, a quien el cetro es encomendado, lo que es previo a la llegada del Mesías; él luego, al debido tiempo, se lo entregará al Mesías. De esta manera Judá no conserva el principado ni el papel de león ni el cetro que a él le será encomendado. Además, la necia arbitrariedad convierte el término “hasta” en un término nuevo, “porque.”. Esto, por supuesto, no está permitido por el lenguaje.

Y finalmente existe un rabino que tergiversa la palabra “llegar, venir” y afirma que significa “asentarse”, tal como el hebreo hace uso de la palabra “llegar” para referirse a la caída de sol. Nuestro compañero se abandona a tales tonterías que no sé si está tratando de caminar sobre su cabeza o sobre sus oídos. Pues no logro comprender el sentido de sus palabras cuando dice que, el cetro no será quitado de Judá hasta que Silo (la ciudad) se asiente (caiga). Entonces David, el Mesías, llegará ¿Dónde, para repetir lo dicho más arriba, se hallaba el cetro de Judá antes de Siloh o Saúl?

Pero los que se encolerizan contra su propia conciencia y patentan fines verdaderamente corrompidos hablan de tales idioteces. En suma, Lyra está en lo correcto cuando dice que aún inventando estos y muchos otros esplendores similares, el texto caldeo los derriba a todos y los condena por mentir, blasfemar, y pervertir deliberadamente la palabra de Dios. Sin embargo, quería exponerlo ante nosotros Alemanes de manera que podamos ver cuán ladinos los ciegos judíos son, y cuán poderosamente la verdad de Dios se encuentra entre nosotros y contra ellos.

Y ahora que algunos han notado que tales evasivas y tontos resplandores carecen de valor, admiten que el Mesías llegó en el tiempo de la destrucción de la ciudad de Jerusalén; pero, dicen ellos, está en secreto en el mundo, residiendo en Roma entre los mendigos, cumpliendo penas por los judíos hasta que llegue la hora de su aparición pública.

Estas no son palabras de judíos o de hombre alguno sino del diablo arrogante, mordaz, que cruel y venenosamente se burla de nosotros Cristianos y de nuestro Cristo a través de los judíos, como diciendo: “Los cristianos hallan mucha gloria en su Cristo, pero tienen que someterse al yugo de los romanos; deben sufrir y mendigar en el mundo, no sólo en los días de los emperadores, sino también en los días del papa. Después de todo, son impotentes en mi reino, el mundo, y con seguridad seguiré siendo su señor.” Sí, vil demonio, búrlate y ríete de nosotros por ahora; ya temblarás lo suficiente por esto.

Así las palabras de Jacob se cumplieron tanto como las palabras de Cristo en nuestros días: “Este es mi cuerpo que es para ustedes.” Los entusiastas distorsionaron cada palabra por separado y a todas en su conjunto, poniendo las últimas cosas primero, en vez de aceptar el verdadero sentido del texto, como hemos observado.

Se pone de manifiesto en esta instancia también que cristianos como Lyra, Raymund, Burgensis, y otros ciertamente hicieron todo lo que estaba a su alcance en el esfuerzo por convertir a los judíos. Los acosaron de una palabra a la otra, así como se persigue a los zorros. Pero después de haber sido perseguidos por mucho tiempo, persistieron en su obstinación y ahora se permiten errar conscientemente, y no se apartarán de sus rabinos. Así es que tendremos que dejarlos hacer su camino e ignorar su blasfemia y su mentira maliciosa.

Yo mismo experimenté esto una vez. Tres judíos estudiosos se me acercaron, esperando descubrir en mí un nuevo judío porque estábamos empezando a leer hebreo aquí en Wittenberg, y resaltando que las cosas pronto mejorarían ahora que nosotros cristianos estábamos comenzando a leer sus libros. Cuando debatí con ellos, me dieron sus brillos, como lo hacen generalmente. Pero cuando los obligué a volver al texto, pronto huyeron de éste, arguyendo que debían creer a sus rabinos como nosotros le creemos al papa y los doctores.

Sentí lástima por ellos y les ofrecí una carta de recomendación a las autoridades, pidiéndoles que por el amor de Dios los dejaran hacer su camino libremente. Pero más tarde descubrí que llamaban a Cristo “tola”, es decir, “delincuente ahorcado”. Por lo tanto no deseo tener nada más que ver con ningún judío. Como dice San Pablo, están encomendados a la ira; más uno intenta ayudarlos, más viles y obstinados se convierten. Dejad que se las arreglen solos.

Nosotros Cristianos, no obstante, podemos reforzar enormemente nuestra fe con esta afirmación de Jacob, asegurándonos que Cristo está con nosotros y que ha estado con nosotros por mil quinientos años—pero no, como se mofa el diablo, como un pordiosero en Roma; sino como un Mesías reinante. Si así no lo fuera, entonces la palabra de Dios y su promesa serían una mentira. Si los judíos dejaran que las Sagradas Escrituras sean la “Palabra de Dios”, tendrían que admitir también que ha habido un Mesías desde el tiempo de Herodes (sin importar dónde), en vez de esperar a otro. Pero antes de hacerlo, preferirán destrozar y pervertir la Escritura hasta que deje de serlo. Y esta es de hecho su situación: No tienen ni Mesías ni Escritura, tal como profetizó de ellos Isaías 28.

Pero esto será suficiente acerca del dicho de Jacob. Tomemos otros dicho que los judíos no tergiversaron ni distorsionaron ni pueden hacerlo de esta manera. En las últimas palabras de David, lo encontramos diciendo (II Samuel 23:2): “El Espíritu de Jehová por mí, Y su palabra ha estado en mi lengua. El Dios de Israel ha dicho, Me habló la Roca de Israel… ” Y más adelante (II Samuel 23:5): “Aunque no es así mi casa para con Dios.” O, de la traducción literal del texto hebreo: “Mi casa no es por supuesto así,” etc. Es decir: “Mi casa, después de todo, no vale nada; es demasiado glorioso, es demasiado lo que Dios hace por un pobre hombre como yo.” “Pues ha hecho conmigo un pacto para siempre, ordenado en todos los respectos y seguro.” Notad cómo David se regocija con tantas y aparentemente superfluas que el Espíritu de Dios ha hablado a través suyo, y que la palabra de Dios está en su lengua. Entonces dice: “El Dios de Israel ha dicho, Me habló la Roca de Israel,” etc. Es como si dijera: “Mi querida gente, prestad atención. Quienquiera pueda escuchar, dejadlo escuchar. Aquí está Dios, que está hablando y diciendo ‘Escuchad,’ etc.” ¿Qué es entonces lo que nos exhortas a escuchar? ¿Qué está diciendo Dios a través tuyo? ¿Qué hemos de escuchar?

Esto es lo que tú has de escuchar: “que Dios hizo un pacto perpetuo, firme, y seguro conmigo y mi casa, un pacto del cual mi casa no es digna. De hecho, mi casa no es nada comparada a Dios; y aún así Él hizo esto”.

¿Qué es este pacto perpetuo? ¡Oh, prestad atención y oíd! Mi casa y Dios se han unido en juramento para siempre. Es un pacto, una promesa que debe existir y perdurar por siempre, es decir, eternamente. Pues es el pacto de Dios y su señal, la cual nadie puede ni habrá de romper o entorpecer. Mi casa seguirá en pie eternamente; es “ordenado en todas las cosas, y será guardado.

La palabra aruk (ordenado) implica que no decepcionará o fallará en lo más mínimo. ¿Habéis oído esto? ¿Y creéis que Dios es sincero? Sí, sin dudas. Mi querida gente, ¿también creéis que Él puede y habrá de cumplir su promesa?

Perfecto, si Dios es sincero y todopoderoso, y dijo estas palabras a través de David lo cual ningún judío se atreve a negar, de modo que la casa y el gobierno de David, (que son la misma cosa), tienen que haber perdurado desde que dijo estas palabras, y deben aún perdurar y perdurarán por siempre, es decir, eternamente. De lo contrario, Dios sería un mentiroso. En suma, o debemos aceptar la casa de David o su heredero, que reina desde el tiempo de David al presente y por la eternidad, o David murió siendo un mentiroso descarado hasta el último día, enunciando estas palabras que (según parece) no son más que cháchara inútil: “Dios habla, Dios dice, Dios promete.”

Es fútil aliarse con los judíos para acusarlo a Dios de mentiroso. Tenemos, yo digo, un heredero de David desde su tiempo en adelante, como prueba de que su casa nunca estuvo vacía, sin importar dónde esté este heredero. Ya que esta casa debe haber tenido continuidad y tenerla por siempre. Aquí encontramos la promesa de Dios de que éste es un pacto perpetuo, firme, y seguro, sin ninguna falla, sino que todo es aruk, magníficamente ordenado, como Dios ordena todos sus trabajos. Salmos 111:3: “Esplendor y majestad es su obra.

Ahora dejad a los judíos crear tal heredero de David. Pues deben hacerlo, desde de que leemos aquí que la casa de David es perpetua, una casa que nadie ha de destruir u obstaculizar, en cambio según leemos aquí [II Sam. 23:4], será como el resplandor del sol en una mañana sin nubes.

Si no son capaces de presentar al heredero o la casa de David, entonces este verso los condena completamente, y muestran que con seguridad no lo tienen a Dios, ni a David, ni a un Mesías, que están perdidos y eternamente condenados.

Por supuesto, no pueden negar que el reino o la casa de David perduró ininterrumpida hasta el cautiverio de Babilonia, incluso a lo largo del cautiverio de Babilonia, y al finalizar éste hasta los días de Herodes.

Perduró, yo digo, no por su propio poder y mérito sino en virtud de su pacto perpetuo hecho con la casa de David. Pues la mayoría de sus reyes y soberanos fueron inicuos, practicando idolatrías, asesinando profetas, y viviendo vergonzosamente. Por ejemplo, Roboam, Joram, Joás, Ahaz, Manasés, etc., superaron a todos los gentiles o los reyes de Israel en ignominia. Por ellos, la casa y tribu de David plenamente mereció su exterminio. Fue lo que finalmente le ocurrió al reino de Israel. Sin embargo, el pacto hecho con David siguió vigente. Los libros de los reyes y profetas jovialmente declaran que Dios conservó una lámpara o una luz para la casa de David que no habría de permitir que se extinguiese. Así es como leemos en II Reyes 6:19 y en II Crónicas 21:7: “Más Jehová no quiso destruir la casa de David, a causa de pacto que había hecho con David, y porque le había dicho que le daría lámpara a él y a sus hijos perpetuamente.” La misma idea se expresa en II Samuel 7:12.

A modo de contraste, observad el reino de Israel, donde la ley no permaneció en la misma tribu o familia por más de dos generaciones, con la excepción de Jehú [65] quien en razón de una promesa especial la trasladó hasta la cuarta generación de su casa. De lo contrario, siempre pasaba de una tribu a otra, y a veces apenas sobrevivía una generación; además no pasó mucho tiempo para que el reino se extinguiera por completo.

Pero gracias a los maravillosos actos de Dios, el reino de Judá permaneció dentro de la tribu de Judá, y la casa de David resistió la fuerte oposición de los gentiles en las cercanías de Israel mismo, las rebeliones dentro de Israel, y las graves idolatrías y pecados, de manera que no hubiera sido sorprendente que hubiera caído en la tercera generación bajo el mandato de Roboam, o por lo menos bajo Joram, Ahaz, y Manasés.

Pero tenía un Protector fuerte que no lo dejó morir ni dejó que su luz se extinguiera. La promesa fue que permanecería firme, eternamente firme y seguro. Y así ha permanecido y debe permanecer al presente y por siempre; pues Dios no miente ni puede mentir.

Los judíos dicen la burrada de que el reino pereció con el cautiverio de Babilonia. Como ya lo dijimos antes, son habladurías huecas; ya que el cautiverio no constituyó otra cosa que un breve castigo, definitivamente limitado a un período de setenta años. Dios lo había prometido. Además, los preservó durante estos años por medio de espléndidos profetas. Asimismo, el Rey Joacim fue exaltado por sobre todos los reyes de Babilonia, y Daniel y sus compañeros gobernaron no sólo a Judá e Israel sino también a todo el Imperio Babilonio. [66]

Aún si su sede de gobierno no estuvo en Jerusalén por un breve período, no obstante gobernaron en otra parte con mucha más gloria que en Jerusalén. Por lo tanto, podríamos decir que la casa de David no se extinguió en Babilonia, sino que brilló más resplandecientemente que en Jerusalén.

Sólo tuvieron que desocupar su tierra natal por un tiempo como una forma de castigo. Pues cuando un rey ocupa la tierra de un país extranjero no puede ser considerado como un ex rey, porque no está en su tierra natal, especialmente si es asistido por una gran victoria y buena fortuna contra varias naciones. Sino que, debiera decirse que es más ilustre en el extranjero que en casa.

Si Dios mantuvo su promesa desde el tiempo de David hasta Herodes, preservando su casa de la extinción, debió de haberla mantenido desde aquel tiempo hasta el presente, y la mantendrá eternamente, de manera que la casa de David no ha muerto, y no morirá  jamás. Pues no nos atrevemos a reprender a Dios por ser medio sincero y medio mentiroso, diciendo que cumplió su pacto y preservó la casa de David fielmente, desde el tiempo de David hasta Herodes; pero que después del tiempo de Herodes, empezó a mentir y se convirtió en un mentiroso, ignorando y alterando su pacto. No, ya que, como la casa de David permaneció y brilló hasta el tiempo de Herodes, así debía permanecer en el tiempo de Herodes, y después de Herodes, brillando hasta la eternidad.

Ahora notamos qué, bien este dicho de David armoniza con lo que dijo el patriarca Jacob: “No será quitado el cetro de Judá, Ni el mehoqeq de entre sus pies, Hasta que venga Siloh; Y a él se congregarán los pueblos” [Gén. 49:10]. ¿Cómo puede expresarse con mayor claridad o de otra manera que la casa de David brillará hasta que llegue el Mesías?

Entonces, a través suyo, la casa de David brillará no sólo sobre Judá e Israel sino también sobre los gentiles, o sobre países distintos y más numerosos. Esto en efecto no significa que vaya a extinguirse, por el contrario, significa que brillará más lejos y más ilustremente de lo que brilló antes de su advenimiento. Y entonces, como dice David, éste es un reino y un pacto eternos. Por lo tanto convincentemente se deduce que el Mesías llegó cuando el cetro había sido quitado de Judá—a menos que queramos injuriar a Dios diciendo que no cumplió su pacto y juramento.

Aún si los judíos tercos, obstinados se niegan a aceptar esto, por lo menos nuestra fe ha sido confirmada y reforzada. No nos importan en lo absoluto sus fulgores delirantes que han tejido en sus cabezas. Nosotros tenemos el texto en claro.

Estas últimas palabras de David, convertirlos una vez más, están basadas en la palabra del propio Dios, donde él dice, como él aquí fanfarronea acerca de su final: “¿Tú me has de edificar casa en que yo more?” (II Sam. 7:5). Podéis leer lo que allí sigue—cómo Dios continúa por relatar que hasta ahora él no ha vivido en casa alguna, pero que lo había elegido a él [o sea, a David] para ser el príncipe de su pueblo, a quien ha de asignar un lugar fijo y le dará descanso, concluyendo, “Yo te edificaré una casa” [cf. II Sam. 7:11]. Es decir, ni tú ni nadie más me edificará una casa en la cual morar; soy demasiado, demasiado grande para eso, como leemos también en Isaías 66. No, yo te edificaré una casa. Pues así lo dice el Señor, como afirma Natán: “Jehová te hace saber que él te edificará una casa” [II Sam 7:11]. Cualquiera está familiarizado con una casa construida por un hombre—una estructura muy perecedera hecha de piedras y madera. Pero una casa construida por Dios implica la consolidación de un padre de familia que ha de tener herederos y descendientes de su sangre y linaje por siempre. Así Moisés dice en Éxodo 1:21 que “Dios construyó casas para las parteras porque no obedecieron la orden del rey, sino que dejaron vivir a los infantes y no los mataron”. Por otro lado, derriba y extingue las casas de los reyes de Israel en la segunda generación.

Así David tiene aquí una casa segura, construida por Dios, que ha de tener herederos por siempre. No es una casa ordinaria; no, Él dice, “Yo te tomé (…) para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel” [II Sam. 7:8]. Por lo tanto habrá de ser llamado principado, una casa real—o sea, la casa del Príncipe David o del Rey David, en la cual tus hijos reinaran por siempre y serán príncipes así como tú lo eres.

Los libros e historias de los reyes prueban la veracidad de esto, trazándola hasta el tiempo de Herodes. Hasta ese momento el cetro y saphra están en la tribu de Judá.

Ahora sigue el segundo tema, concerniente a Silo. ¿Por cuánto tiempo mi casa permanecerá en pie de esta manera y por cuánto tiempo mis descendientes gobernaran? Responde así [II Sam. 7:12-16]: “Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas (utero—es decir, de tu carne y sangre), y afirmaré tu reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él por padre, y él me será a mí por hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres (como la que se usa para castigar a los niños), y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente.” Esta manifestación se encuentra casi textualmente en I Crónicas 18 [17:11-14], a donde podéis leerlo.

Quienquiera que se adjudique a estos versos a Salomón será de hecho un intérprete arbitrario. Ya que aunque Salomón no había nacido aún, en efecto el adulterio con su madre Bathsheba no había sido consumado aún, no obstante no es la semilla de David nacido después de la muerte de David, de quien el texto dice, “Cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje.” Pues Salomón nació en vida de David. Sería tonto, sí, ridículo, decir que el término “levantado”, aquí significa que Salomón debe ser levantado después de muerto David, para convertirse en rey o para construir la casa; pues otros tres capítulos (I Reyes 1, I Crónicas 24 [28], I Crónicas 29) atestiguan que Salomón fue nombrado rey en vida de su padre, pero que también recibió la orden de su padre David, como también el plano completo del templo, de todas las habitaciones, su equipamiento detallado, y la organización del reino entero.

Es obvio que Salomón no construyó el templo u ordenó el reino o principado de acuerdo a sus propios planes sino de acuerdo a los de David, que prescribió todo, de hecho, lo organizó todo en vida.

Existe también una gran discrepancia por una diferencia en las palabras de II Samuel 7 y I Crónicas 24 [28] y 29. El primero establece que Dios construirá para David una casa eterna; el último, que Salomón habrá de construir una casa en nombre de Dios. El primer pasaje establece sin condición o requisito alguno que habrá de quedar en pie por siempre y que ningún pecado habrá de impedirlo. El otro pasaje establece como condición para su validez la fidelidad de Salomón y sus descendientes. Como no permaneció fiel, no sólo perdió las diez tribus de Israel sino que también fue exterminado por la séptima generación.

El primero es un promitio gratiae [“una promesa de gracia”], el último es un promitio legis [“una promesa de ley”]. En el primer pasaje David le agradece a Dios porque su casa permanecerá en pie por siempre, en el último no le agradece a Dios que el templo de Salomón permanezca en pie por siempre.

En otras palabras, los dos pasajes se refieren a momentos diferentes y a cosas y templos diferentes. Y aunque Dios llame a Salomón “su hijo”, en el último también, y diga que será su padre, esta promesa depende de que Salomón permanezca pío. Dicha condición no aparece en el primer pasaje. No es de extrañarse que Dios llame a sus santos, así como a los ángeles, hijos suyos. Pero el hijo mencionado en II Samuel 7:14 es un hijo diferente y especial que retendrá el reino incondicionalmente y ningún pecado lo evitará.

También los profetas y los salmos citan el libro II de Samuel versículo 7, que habla de la semilla de David luego de su muerte, mientras que no toman en cuenta I Crónicas 24 [28] y 29, que habla de Salomón. En Salmos [89:1-4] leemos: “Las misericordias de Jehová cantaré perpetuamente; De generación en generación haré notoria con mi boca tu fidelidad, Diciendo: Para siempre será edificada misericordia; En los cielos mismos establecerás tu verdad. Hice un pacto con mi escogido; Juré a David mi ciervo, diciendo: Para siempre confirmaré tu descendencia, Y edificaré tu trono por todas las generaciones.” Estas también son palabras claras. Dios promete a David concederle gracia por siempre, y construir y preservar su casa, semilla y trono eternamente.

Más adelante, en el verso 19, encontramos una referencia explícita al verdadero David. Este verso contiene las más hermosas profecías acerca del Mesías, que no pueden aplicarse a Salomón. Pues no era el soberano de todos los reyes en la tierra, ni su ley se propagó por tierra y por mar. Estos hechos no pueden ser ignorados. Además, el reino no permaneció en la casa de Salomón. No tenía una promesa definitiva, era sólo una promesa condicional a su fidelidad.

La casa de David era la que tenía la promesa, y tuvo más hijos que Salomón. Y como lo informan los libros de historia, el cetro de Judá pasó a veces de hermano a hermano, a veces de primo a primo, pero siempre permaneció en la casa de David. Por ejemplo, Ocozías no tuvo hijos, y Ahaz tampoco, por lo tanto de acuerdo a la costumbre de la Sagrada Escritura los sobrinos tuvieron que ser herederos e hijos.

Quien se atreva a contradecir tan claras y convincentes afirmaciones de la Escritura concernientes a la eterna casa de David, que están comprobadas por la historia, mostrando que hubo siempre reyes o príncipes hasta la llegada del Mesías, no puede ser otro que el diablo mismo o quienquiera sea su seguidor. Pues fácilmente puedo creer que el diablo, o quienquiera que sea, no estaría dispuesto a reconocer al Mesías, pero en cambio se vería en la obligación de reconocer la casa y trono eternos de David. Pues no podría negar las claras palabras del juramento de Dios prometiendo que su palabra no ha de cambiar y que no ha de mentir a David, ni siquiera en razón de ningún pecado, como lo establece conmovedora y claramente el salmo arriba mencionado [Ps. 89].

Ahora, una casa de David de perennidad tal no se encuentra en lugar alguno a menos que ubiquemos al cetro con anterioridad al Mesías y al Mesías con posterioridad al cetro, y entonces conectarlos; a saber, afirmando que el Mesías llegó cuando el cetro fue quitado, y que la casa de David fue así preservada por siempre. De esta manera Dios se revela sincero y fiel a su palabra, pacto, y juramento. Puesto que es obvio que el cetro de Judá colapsó completamente en el tiempo de Herodes, pero mucho más cuando los romanos destruyeron Jerusalén y el cetro de Judá.

Ahora, si la casa de David es eterna y Dios es sincero, entonces el verdadero Rey de Judá, el Mesías, debe de haber llegado en este momento. Ningún ladrido, ninguna interpretación, o encubrimiento cambiará esto. El texto está demasiado autorizado y quedo demasiado claro. Si los judíos se rehúsan a admitirlo, a nosotros no nos interesa.

Para nosotros es suficiente que, en primer lugar, nuestra fe cristiana encuentre aquí la prueba más substancial, y que tales versos me proporcionan gran regocijo y seguridad de que poseemos tal fuerte testimonio en el Viejo Testamento.

En segundo lugar, estamos seguros de que aún el diablo y los judíos mismos no pueden refutar esto en sus corazones y que en su propia conciencia están convencidos. Se nota con seguridad y certeza por el hecho de que tergiversan el dicho de Jacob acerca del cetro (como lo hacen con toda la Escritura) de tantas maneras, traicionando su convencimiento y aún con malicia deliberada lo contradicen y blasfeman sobre él.

Los judíos sienten y saben perfectamente que estos versos son como roca sólida y su interpretación no es otra cosa que paja o telaraña. Pero con intencional y maliciosa resolución no han de admitirlo; aún así, insisten en ser y en ser llamados la gente de Dios, simplemente por llevar la sangre de los patriarcas. De otra manera, no tienen con qué fanfarronear.

En cuanto al efecto linaje, sólo puede tener, lo hemos hablado con anterioridad. Es tal como si el diablo hubiera de fanfarronear que su estirpe es angelical, y en razón de esto es el único ángel e hijo de Dios, a pesar de que en realidad es enemigo de Dios.

Ahora que hemos considerado estos versos, escuchemos lo que dice Jeremías. Su palabra suena muy extraña. Pues sabemos que fue un profeta mucho antes de que el reino de Israel fuera destruido y exiliado, cuando sólo el reino de Judá existía todavía, el cual habría de ser puesto en cautiverio pronto en Babilonia, como lo presagió e incluso experimentó durante su vida. Aún a pesar de esto, se atreve a decir en el capítulo 33:17: “Porque así dice Jehová: No faltará a David varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel. Ni a los sacerdotes y levitas faltará varón que delante de mí ofrezca holocausto y encienda ofrenda, y que haga sacrificio todos los días.

Y vino la palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: “Así dice Jehová: si podéis invalidar mi pacto con el día y mi pacto con la noche, de tal manera que no haya día ni noche a su tiempo, entonces podrá invalidarse también mi pacto con mi siervo David, para que le falte un hijo que reine sobre su trono, y mi pacto con los levitas y sacerdotes, mis ministros…

Vino palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: “¿No has echado de ver lo que habla este pueblo, diciendo: Las dos familias que Jehová había escogido, las ha desechado? Y han tenido en poco a mi pueblo, hasta no tenerlo más por nación. Pues bien, dice así Jehová: Si no permanece mi pacto con el día y la noche, si yo no he puesto las leyes del cielo y la tierra, también desecharé la descendencia de Jacob, y de David mi siervo, para no tomar de su descendencia quien sea señor sobre la posterioridad de Abraham, de Isaac y de Jacob; porque yo haré volver sus cautivos, y tendré compasión de ellos.

¿Qué podemos decir ante esto? Quienquiera pueda interpretarlo, dejadlo que lo haga. Aquí leemos que no sólo David, sino también los levitas perdurarán por siempre; y lo mismo para Israel, la semilla de Abraham, Isaac, Jacob. Está recalcado que David tendrá un hijo que se sentará en su trono eternamente, con tanta seguridad como que el día y la noche se sucederán por siempre.

Por otra parte, oímos que Israel será llevado al cautiverio, y también Judá detrás de él, pero que Israel no será conducido de vuelta, mientras que Judá sí. Decidme, ¿cómo encaja todo esto? La palabra de Dios no puede mentir. Así como Dios vigila el curso de los cielos, de manera que día y noche se continúan en una sucesión eterna, así también David (es decir, Abraham, Isaac, y Jacob), deben tener un hijo en su trono ininterrumpidamente. Dios mismo hace esta comparación. Es imposible para los judíos entender esto; pues ven con sus propios ojos que ni Israel, ni Judá han tenido un gobierno durante casi mil quinientos años; de hecho, Israel no lo ha tenido por casi dos mil años. Aún así, Dios debe ser sincero, hagamos lo que hiciésemos. El reino de David debe gobernar la semilla de Jacob, Isaac, y Abraham, como Jeremías lo declara aquí, o Jeremías no es un profeta sino un mentiroso.

Dejemos a los judíos que concilien e interpreten esto como quieran o puedan. Para nosotros este pasaje no deja dudas; asegura que la casa de David resistirá por siempre, también los levitas, la semilla de Abraham, Isaac, y Jacob en el hijo de David, en tanto día y noche o como es también expresado, en tanto el sol y la luna perduren. Si esto es verdad, entonces el Mesías debió haber llegado cuando la casa y ley de David dejaron de existir. Así el trono de David asumió un esplendor mayor a través del Mesías, como leemos en Isaías 9:6: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará: Pele, Joets, El, Gibbor, Abi-gad, Sar shalom. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre.

Volveremos a esto más adelante, pero aquí nos abstendremos de discutir como los obcecados judíos tergiversan estos seis nombres del Mesías. Aceptan este verso y admiten como tienen que admitir que habla del Mesías. Lo citamos porque Jeremías afirma que la casa de David gobernará por siempre: primero a través del cetro hasta el tiempo del Mesías, y luego mucho más gloriosamente a través del Mesías. Por lo tanto, tiene que ser cierto que la casa de David no ha cesado hasta este momento, y que no cesará hasta la eternidad.

Pero como el cetro fue quitado de Judá mil quinientos años atrás, el Mesías debe de haber llegado por esa fecha, o, como lo hemos señalado con anterioridad, 1468 años atrás. Todo esto es convincentemente establecido por Jeremías.

 

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