Una mañana, me encontré con una expresión: Descalzarse para entrar en los demas. Y me sentí impulsado a leer las palabras del Éxodo: “no te acerques más, sácate tus sandalias, porque lo que pisas es un lugar sagrado”.

No tardé en ponerme en oración. Jesús me presentaba uno a uno a mis hermanos de la comunidad, y descubrí cómo es que habitualmente yo entro en el interior de cada uno, sin descalzarme.

Simplemente entro. Sin fijarme en el modo, entro.

Experimenté una fuerte necesidad de pedir perdón al Señor y a mis hermanos. Sentí que el Señor me invitaba a “descalzarme”, …. y luego a caminar.

Inmediatamente experimenté una resistencia a caminar descalzo: “no quería ensuciarme”.  Me resultaba más seguro andar calzado. Entonces ví dos cosas que me impiden entrar descalzo en los otros: 1) la comodidad; y 2) el temor.

Vencido ese primer momento, comencé a caminar, y el Señor a cada paso, iba mostrándome algo nuevo.

Advertí cómo descalzo podía descubrir: las alternativas del terreno que pisaba, distinguir lo húmedo y lo seco del pasto, de la tierra. Necesitaba mirar cuidadosamente en cada paso lo que pisaba, tenia que estar atento al lugar donde iba a poner mi pie antes de ponerlo en ese lugar.  Eso logró que me de cuenta de cuántas cosas del interior de mis hermanos me pasaba por alto, cosas que a lo mejor las desconozco, o no las tengo en cuenta por entrar calzado, o por tener la mirada puesta en mí y solo en mi, o por tener la mirada dispersa en múltiples cosas.

Pude ver también cómo descalzo caminaba más lento, no usaba mi ritmo actual sino que trataba de pisar suavemente.  Donde mis zapatillas habían dejado marcas, mi pie no las dejaba.

Entonces pensé: ¡cuántas marcas habré dejado en el corazón de mis hermanos a lo largo del camino!  Experimenté un gran deseo de entrar en los otros sin dejar un cartel que diga: ¡Aquí estuve yo!

Por último fui atravezando distintos terrenos. Primero el pasto, luego un camino de tierra, hasta llegar a una subida llena de piedras.

Sentí deseos ya de detenerme, y de volver a calzarme. Pero el Señor, me invitó a caminar un poquito más.  Advertí que no todos los terrenos son iguales, y no todos mis hermanos son iguales. Por lo tanto, no puedo entrar en todos de la misma manera. Esta subida me exigía caminar aún más lentamente, y cuánto más difícil sea el terreno del interior de mi hermano, más suavidad y más cuidado debo tener para entrar en ellos.

Después de este recorrido con el Señor, pude ver claramente que “descalzarme” es “entrar sin prejuicios” y “atento a la necesidad de mi hermano”, “sin esperar una respuesta determinada”; es entrar sin intereses y despojado de mi propia sobervia.

Porque creo, Señor, que estás vivo y presente en el corazón de todos, y por ello es que de ahora en adelante, buscaré detenerme, descalzarme y entrar en cada uno como un lugar sagrado.

Para ello sé Señor, que cuento con Tu Gracia.

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